¿Qué cantidad de proteínas necesitamos?

Esta pregunta se repite mucho en las charlas y en los cursos de alimentación que imparto, y me consta que, ante ella, se dan normalmente diferentes respuestas que no siempre coinciden entre sí. ¿Cómo saber entonces qué es lo mejor? La respuesta se encuentra, una vez más, en la Naturaleza. Me explico:

El momento de la vida de un ser humano en el que más proteínas necesita es la niñez; concretamente, la lactancia. Se supone que el alimento que toma un lactante (como su propio nombre indica) es la leche de su madre, es decir, el alimento que diseña la Naturaleza expresamente para ese ser, el ideal y el más natural que se le puede dar. Pues bien, la leche materna contiene, aproximadamente, 10 gramos de proteínas por litro. Eso no es mucha cantidad. Sin embargo, pese a ello, los bebés son los individuos que más rápido crecen si se comparan con los seres humanos de cualquier otra edad.

Teniendo presente que las proteínas son sustancias plásticas (constructoras de células, tejidos y órganos), continúo con otro ejemplo:

Un edificio necesita gran cantidad de material cuando se está construyendo: mucho hormigón, cemento y yeso, y numerosos ladrillos, vigas, pilares, baldosas, azulejos... Hablamos de toneladas. Son imprescindibles. Pero cuando el edificio está ya terminado, sólo necesita algo de material para el mantenimiento: un poco de pintura para las paredes que se manchan, un poco de yeso por si hay algún desconchado, algunos cristales para reponer los que se rompen, unos cuantos ladrillos por si hay que levantar algún tabique... Pero, en ningún caso, toneladas.

Las proteínas en el adulto cumplen, no una función de crecimiento, sino de mantenimiento de las estructuras corporales ya existentes (órganos, tejidos, células) y permiten, además, que tengan lugar determinados procesos enzimáticos, hormonales, defensivos o reguladores, por ejemplo. Pero un adulto que ya ha dejado de crecer es como el edificio que ya está construido: sólo necesita una pequeña cantidad de material para el mantenimiento de las estructuras y de algunas funciones. Ni más, ni menos.

Consideremos también lo siguiente: los productos lácteos (de vaca) son particularmente proteicos, también las carnes, los pescados, los huevos, las legumbres, las setas, los frutos secos... Podemos extraer de ellos proteínas, por supuesto, pero no hace ninguna falta (ni es recomendable) comerlos en grandes cantidades. Cuanto más proteico es un alimento, más moderado ha de ser uno en su consumo. Comerlos en todas las comidas, en grandes cantidades o abusar de ellos es una forma segura de sobrecargar y de desgastar el organismo (para convertir las proteínas en aminoácidos -que son los que realmente le sirven- el cuerpo ha de gastar mucha energía y recursos). A esto cabe añadir que, también a nivel orgánico y fisiológico, es más importante la calidad que la cantidad. No se trata, pues, de tomar muchas proteínas sino que las que se tomen posean, a ser posible, un alto valor biológico, es decir, calidad.

En principio, yo os recomiendo reducir la cantidad de proteínas en favor de los aminoácidos (son las sustancias que forman las proteínas, como los ladrillos que forman una pared). Los aminoácidos son más afines a nuestra constitución, se absorben más fácilmente y apenas requieren gasto energético para ser metabolizados por nuestro organismo.

¿Qué alimentos son ricos en aminoácidos?

Toda la fruta (sobre todo, la más nutritiva, como plátanos, chirimoyas, caquis), las raíces (chirivías, remolacha, zanahoria), la patata, todas las coles, el boniato, los dátiles, el aguacate, todos los cereales integrales (arroz, avena, cebada, centeno, mijo, quinoa, espelta), los germinados, las leches vegetales (excelentes para lactantes, niños, adultos y ancianos) o los lácteos de cabra, el azúcar panela, los siropes integrales, las mermeladas naturales (sin endulzar)...

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CASOS CONOCIDOS

Distintos/as alumnos/as que han acudido a mis cursos, y algunos/as pacientes, a los/as que les he sugerido reducir la cantidad de proteínas en favor de alimentos ricos en aminoácidos, después de algunas semanas de poner en marcha estos cambios, me han informado de:

- una mejora global en su estado de salud,

- menos cansancio o agotamiento, o bien una sensación de más energía y vitalidad;

- reducción o desaparición de síntomas como acidez, gastritis o úlceras (tengamos en cuenta que para sintetizar las largas cadenas de las proteínas el estómago se sirve de jugos gástricos con un pH muy ácido);
- menor retención de líquidos (el cuerpo retiene líquidos para compensar el pH ácido que puedan experimentar sus fluídos en determinados momentos o períodos) o
- un sueño más reparador, entre otros.

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