Valencia, 13 de septiembre de 2019.
Saludos cordiales:
Me llamo Carlos Lacomba Verdés, vivo en Torrente (Valencia) y llevo apenas tres meses como distribuidor de Evergreen.
Lo cierto es que nunca antes me había dedicado a las ventas, ni me atraía especialmente la labor de comercial. Profesionalmente, llevo veinticinco años entregado a la medicina natural (a través de mis conferencias, talleres y consultas privadas). Pero el caso es que una antigua paciente que había tenido en mi consulta me habló de Olife, hace ya algunos meses, y después de mucho investigar, y de escuchar decenas de testimonios de personas que llevaban tiempo tomándolo, me di cuenta de que se trataba de un producto verdaderamente extraordinario. De lo mejorcito que he conocido en mi vida. Así que me animé a probarlo, a incorporarlo a mi trabajo y a distribuirlo. Y ahora, que ya llevo dos meses tomándolo, doy fe de que es magnífico. De hecho, estoy muy sorprendido con él.
Por otro lado, también estoy muy contento con la trayectoria que llevo en la empresa y con los resultados que he obtenido hasta el momento, y por este motivo me apetece compartir con vosotros cuál está siendo mi filosofía, por si a alguno de vosotros pudiera resultarle de utilidad.
No pretendo dar lecciones magistrales a nadie (me queda mucho por aprender) sino, simplemente, compartir con vosotros qué cosas me han servido a mí y me han dado buenos resultados. Nada más. Aunque si alguno de vosotros quiere compartir su vivencia conmigo, estaré encantado de escucharle y de poder nutrirme de su experiencia.
Os diré que a lo largo de estos tres meses el grueso mi volumen de negocio lo he basado en llamadas de teléfono (amigos, familiares, expacientes y gente que me sigue por las redes sociales de forma activa y frecuente). Dichas llamadas respondían a una lista de personas que elaboré desde el primer día, una lista a la que, constantemente, voy añadiendo gente nueva.
Antes de llamar por teléfono a la persona, la visualizo en mi mente y pongo mi atención en cualquier cosa agradable o positiva que me llame la atención de ella, y le sonrío mentalmente.
Cuando la persona descuelga el teléfono, aunque no me vea, le sonrío, y lo primero que le pregunto es cómo está. Me parece algo primordial. Esa persona es un ser humano, y aunque sea un familiar que yo haya visto hace tres días, yo no sé cuáles son sus circunstancias de ese momento, que podrían ser desagradables. Por eso, le pregunto qué tal está. Y se lo pregunto con un vivo y auténtico interés. Es decir, me intereso por su vida y por sus circunstancias. No es cotilleo. No es indiscreción. No es entrometimiento. Es un interés real por ese ser humano que me está dedicando un tiempo de su vida.
Dedico no menos de cinco minutos a interesarme por su vida, a saber cómo se siente, cómo le van las cosas. Pero no es un interrogatorio. No le acribillo a preguntas. Es una conversación amable. Es un diálogo. Un intercambio. Como un abrazo, pero con palabras.
Si esa persona está con problemas, jamás les quito importancia. Jamás bromeo con ello. Jamás me comparo con ella. Porque para cada persona sus problemas son importantes, y merecen todo mi respeto y mi consideración. Las personas son sagradas. Y también lo son sus vidas. Y sus circunstancias... En estos casos, trato de insuflar ánimo y coraje en la persona, expresándole mi total confianza en que saldrá pronto de esas circunstancias. Y, evidentemente, lo hago de corazón, con frases como:
- "Estoy seguro de que las cosas se van a arreglar. Tienes todo mi apoyo".
- "Siento que eres una persona con grandes cualidades, y esas cualidades te van a ayudar a salir de tu situación. Ya verás que sí".
- "Aunque no te conozco mucho, no dudo en que eso se va a solucionar. Puedes contar conmigo".
Asimismo, pongo todo mi empeño en que, cuando termine mi conversación con esa persona, se sienta, si puede ser, mejor, que antes de hablar conmigo. Para mí, esto es algo fundamental. Mi deseo es crear armonía, y aportar algo de valor a la vida de esa persona... aunque no me compre nada.
Cuando a la persona le hablo del producto, me limito a contarle, tal cual es, mi experiencia. Cómo lo conocí. En qué consiste. Qué tiene de especial. Qué efectos he notado yo y las personas que conozco. Y para no agobiarle con demasiada información, le digo frases cortas que pueden suscitar su interés. Por ejemplo: "...yo he notado algunos efectos sorprendentes". Y si la persona no me pregunta "¿Qué efectos?", entonces es que no está suficientemente interesada en ese punto. Con lo cual, cambio de tercio. Si, por contra, me pregunta, entonces le cuento y le detallo... pero sin excederme. Tengo muy claro que si yo estoy tratando con un ser humano y dudo sobre cómo proceder con él, prefiero quedarme corto que pasarme de la raya.
A lo largo de la conversación, hago mucho hincapié en un tipo de comunicación genuinamente emocional, poniendo el acento en mis sentimientos. Por ejemplo:
- "Me alegro mucho de hablar contigo".
- "Es un placer escucharte".
- "Me encantaría que lo probaras, si te apetece".
- "Siento curiosidad por saber qué puede hacer este producto en ti".
- "Si formaras parte de mi equipo, me sentiría muy feliz".
- "He disfrutado mucho charlando y compartiendo este rato contigo".
Esto es una forma demostradamente eficaz y fácil de crear empatía y motivación hacia las personas. Y funciona, tanto dentro como fuera del negocio. Pero ojo: hay que hacerlo desde el corazón, no como una pose. Cualquier persona tiene una gran capacidad para percibir "de qué va" el otro, aunque no nos vea la cara. Nuestra manera de expresarnos, nuestro tono de voz y otros matices casi imperceptibles (pero, de facto, perceptibles) nos delatan. A mí me gusta tratar a las personas como seres inteligentes y sensibles. Me parece poco recomendable prejuzgar o subestimar a los demás.
Por otro lado, nunca jamás presiono a mis posibles clientes (ni a nadie). No me sirvo de ningún recurso de márquetin agresivo. No me identifico con esos valores. No los suscribo. No los utilizo. De hecho, presionar a un posible cliente es una manera casi segura de perderlo. Además, nuestra empresa (Evergreen Life) prohíbe expresamente en su reglamento tratar a los clientes sin el debido respeto, entrometerse en sus vidas o no respetar sus decisiones.
Creo que una de las mejores frases que se le puede decir a una persona es: "Haz lo que tú sientas". Porque desde ahí, respetamos escrupulosamente su libre albedrío y expresamos confianza plena en ella y en su proceso. Y si la persona es capaz de sentirse libre ante nuestras propuestas, aparte de generar empatía con ella, vamos a tener más posibilidades de que pruebe el producto.
Otra cosa que suelo hacer es recurrir al sentido del humor (sin abusar) para manejarme con mi interlocutor. Cuando se utiliza en su justa medida (si dudas, mejor por defecto que por exceso), y consigues que la persona se relaje y se ría, también te vas a ganar su simpatía y su aprecio. Es un recurso excelente, pero siempre calibrando la situación y la persona que tenemos enfrente.
A la hora de desarrollar este negocio, me guío por esta máxima, que también es mi lema de vida: "Trata a las personas como quieres que te traten ellas". Por consiguiente, si tratas a los demás con respeto, aprecio, consideración, confianza y cariño, eso mismo será lo que recibirás de ellos. Y, probablemente, ganarás muchos clientes.
Yo resumiría todo esto que os he compartido como "el marketing del amor". Lo que no quita para que tengamos en cuenta otras técnicas y consideremos la experiencia de otras personas que han llegado lejos en estos negocios de networking. Claro que sí. Lo uno es perfectamente compatible con lo otro.
Para mí, es importante avanzar, crecer y prosperar, pero siempre impregnando mi trabajo de la necesaria y conveniente humanidad. No concibo el conseguir objetivos si eso implica, de alguna manera, causar daño, ofensa, incomodidad o agravio a terceras personas.
Os deseo lo mejor en esta aventura, y en vuestra vida, compañeros.
Todos vamos en el mismo barco.
Un abrazo.
Carlos
https://www.evergreenlife.es/carloslacomba
Mi web profesional: http://www.saliment.es/
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