Los alimentos vivos dan vida

Un alimento genuinamente vivo, por definición, sería aquel que en el momento de ser ingerido contiene vida. O dicho de otro modo: podrías arrojarlo a la tierra, seguiría creciendo en ella y al final terminaría dando lugar a otro ser vivo. Así que, a tenor de estas premisas, solo existe un grupo de alimentos que cumplan esta condición: los vegetales. Y pare usted de contar.

Efectivamente, ahora mismo podrías sacar una manzana, una zanahoria, un tomate, una mandarina, un rábano o un aguacate del frigorífico, enterrarlo y al cabo de unos días empezaría a brotar una nueva planta. Señal inequívoca de que ese alimento estaba vivo.
A lo largo del tiempo, me he encontrado a mucha gente que no tenía el hábito de comer algo de alimentos vivos a diario, y esto, a la larga, puede llevar fácilmente a sufrir las consecuencias, incluso graves.

Los alimentos vivos transmiten al ser humano vitalidad, que significa sentirse vivo y con energía, en contraposición a esas personas que se sienten sin energía o desvitalizadas, es decir, que les falta vidilla. Por eso, no es de extrañar que en la dieta de personas que padecen depresión, tristeza, apatía o falta de ganas de vivir a menudo escaseen, o, simplemente, no existan los alimentos vivos.

Hace más de 2000 años que los primeros textos ayurvédicos (Charaka Saṃhitā y Suśruta Saṃhitā) ya recogían la idea de que el ser humano es el resultado de su alimento. Una idea que igualmente fue sostenida siglos después por el médico griego Hipócrates. Incluso en el refranero popular de España subsiste una máxima que, a fecha de hoy, no ha perdido ni un ápice de vigencia:

De lo que se come, se cría.

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