Evasión moral

Cuando un ser humano cimenta su vida en los valores que dimanan del amor, como el respeto, la honestidad, la empatía o el sentido de la justicia, tenderá a reconocer la verdad, aunque esta sea dura; asumirá la responsabilidad sobre sus actos, cualesquiera que sean; experimentará empatía hacia quienes haya podido perjudicar y procurará reparar el daño causado, evitando a toda costa que se repita.

Por contra, cuando la vida de un ser humano discurre alejada de unos principios éticos y morales básicos:

1) En primera instancia, tenderá a negar la verdad: Yo nunca te he sido infiel con otras mujeres.

2) Si se le presentan evidencias o pruebas de sus acciones, entonces les quitará importancia: Bueno, lo hice un par de veces, pero esas relaciones no significaron nada para mí. Fueron simples aventuras de una noche. Nada más. Pero yo sigo queriéndote.

3) Al no sentirse responsable de sus actos, ni de haber causado dolor o sufrimiento a terceros, tampoco experimentará arrepentimiento. Por consiguiente, evitará disculparse. Y, tarde o temprano, repetirá su comportamiento.

Este mecanismo de autoengaño puede extrapolarse a otros muchos ámbitos de la vida del ser humano (salud, trabajo, familia, amistades...), y puede servir para justificar todo tipo de acciones dañinas, tanto contra uno mismo como hacia los demás.

Para que un ser humano pueda salir de ese bucle perverso será imprescindible que se reconcilie con la figura de sus padres. La del padre representa, por ejemplo, el valor, el cual es muy necesario para afrontar la verdad. O la templanza, para dominar los bajos instintos y el ego. Mientras que la figura de la madre aglutina valores como el respeto, la empatía o la delicadeza. Los cuales, a su vez, son imprescindibles para interactuar con los seres humanos sin dañarlos ni perjudicarlos.

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