Cada ser humano viene a este mundo con su propio bagaje, que no es comparable al de los demás. Un bagaje espiritual que está conformado por las experiencias vividas a lo largo de sucesivas vidas y en las que cada individuo atraviesa situaciones diferentes. Esto implica que los seres humanos vienen a esta existencia con ciertas aptitudes muy bien desarrolladas junto con otras cualidades que aún están por desarrollar.
Así pues, hay seres humanos cuyo reto vital, por ejemplo, consiste en aprender a luchar, mientras que otros han de aprender a dejar de luchar.
Algunos han de aprender a esforzarse, mientras que otros han de aprender todo lo contrario: actuar con el mínimo esfuerzo.
Para unos, el reto es aprender a socializar; para otros, aprender a vivir en soledad dignamente.
Para unos es prioritario desarrollar la firmeza; para otros, la flexibilidad.
Para poder madurar, unos tienen que alcanzar el autocontrol; para otros, madurar es soltar el control.
Unos necesitarán adentrarse en sus sombras, analizarlas y explorarlas; otros, simplemente, trascenderlas intuitivamente.
Unos tendrán que aprender a pensar para poder sobrevivir. Otros, a no pensar tanto y a sentir más.
En la infinita trama de caminos que a veces convergen o se entrecruzan en este mundo, cada ser humano, efectivamente, tiene el suyo propio.
Un camino único e intransferible.
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