Hormonas al rescate

 

Cuando una persona sufre un traumatismo tras un accidente, el cuerpo tiende a incrementar el flujo de hormonas femeninas en su torrente sanguíneo. Estas hormonas favorecen que el afectado adquiera de inmediato una mayor delicadeza y capacidad de autocuidado (imprescindibles en ese estado para evitar males mayores), pero, paralelamente, con el aumento de esas hormonas femeninas, también se incrementa la sensación de vulnerabilidad y la sensibilidad, las cuales pueden acentuarse notablemente. Este contraste se puede apreciar más claramente en los hombres, en los que las hormonas masculinas son naturalmente predominantes.

Ese flujo hormonal femenino, en las primeras horas y días posteriores al traumatismo, le permiten al hombre adquirir una percepción de la realidad similar a la que tendría una mujer en condiciones normales y, como digo, dichas hormonas femeninas alejan la posibilidad de que el hombre incurra en comportamientos o acciones que pudieran perjudicar su delicado estado físico.

Este tipo de contraste hormonal también puede observarse claramente cuando una mujer se ve sometida a una situación, por ejemplo, en la que sus hijos pequeños corren un grave peligro. Entonces, puede dispararse en su cuerpo, de un momento para otro, el flujo de hormonas masculinas, las cuales le permitirán conectar de inmediato con un estado de alerta, y sacar valor, resistencia y fuerza para poder hacer frente a una situación arriesgada o muy desafiante, si así fuera necesario.

En consecuencia, el flujo hormonal masculino o femenino moldea nuestro estado anímico según la situación lo requiera, y puede alterar nuestro comportamiento transitoriamente para poder adaptarnos exitosamente a unas determinadas circunstancias, y, de ese modo, poder sobrevivir.

Y es que nuestro cuerpo es una expresión maravillosa,
y perfecta, de la inabarcable sabiduría de la Madre Naturaleza.

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