Así es como se traduce la palabra inglesa stress. La cual, podría ser definida como un estado anímico de excitación, impaciencia, esfuerzo o exaltación. Algo que fácilmente puede volverse patológico, y desembocar en una variedad de enfermedades, si se prolonga en el tiempo.
Podemos decir que una persona vive bajo tensión y, a su vez, bajo la amenaza de la enfermedad, cuando:
- Sufre de tensión muscular; especialmente, en cuello, hombros o espalda.
- No es capaz de detener su actividad mental aunque se empeñe.
- No puede dormir aunque esté muerta de sueño o agotada.
- Experimenta ansiedad de forma recurrente.
- Le desborda cualquier situación de la vida cotidiana.
- Vive los cambios cuesta arriba y encuentra serias dificultades para gestionarlos.
- Detiene su actividad pero el desasosiego y la inquietud persisten.
- Tiene dolores de estómago, o taquicardia, o tics sin razones físicas que lo justifiquen.
- Se irrita fácilmente, incluso si se le trata asertivamente.
- Pierde la capacidad de disfrutar y la ilusión por la vida.
Excepto en las situaciones en las que el estrés es por sobrecarga (demasiadas tareas o responsabilidades), detrás suele estar el miedo y los estados de alerta. Por eso, el mejor antídoto para combatirlo es la dis-tensión (relajación). Sin embargo, al comprender que el miedo es un factor subyacente y desencadenante del estrés, será conveniente que la persona potencie su Polaridad Masculina (asociada a la figura del padre) para poder superarlo. Porque la Polaridad Masculina incluye el valor, la confianza y la seguridad. Tres elementos que, si están bien desarrollados, fortalecidos y nutridos en el individuo, difícilmente podrían desembocar en un cuadro de estrés.
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