Alimentación y espiritualidad

Desde una perspectiva elevada, la alimentación trasciende el acto de nutrir el cuerpo: es un puente entre el karma (las acciones y sus consecuencias) y el dharma (el deber o camino recto). Lo que comemos moldea nuestra mente, nuestras decisiones y, en última instancia, nuestro destino espiritual y físico. Esta interconexión se refleja en la clasificación ayurvédica de los alimentos en tres categorías —sátvicos, rajásicos y tamásicos—, basadas en las gunas o cualidades energéticas que influyen en el ser. Explorar esta relación nos invita a reconsiderar nuestras elecciones alimenticias como un acto de equilibrio, consciencia y trascendencia.

Los alimentos sátvicos (siempre que sean ecológicos) son puros, frescos y ligeros, como frutas, verduras, granos integrales, legumbres o el kéfir. Promueven claridad mental, vitalidad y calma, alimentando no solo el cuerpo, sino también el espíritu con prana (energía vital). Una dieta sátvica fomenta acciones positivas —karma positivo—, como la compasión y la generosidad, alineándose con el dharma de vivir en armonía con uno mismo y el universo. Pueblos ancestrales como los hunzas, con su dieta de trigo integral y frutas frescas, o los okinawenses, basados en camote y judías, reflejan este enfoque. Su longevidad y salud sugieren que lo sátvico no solo nutre, sino que eleva.

Por otro lado, los alimentos rajásicos, como carne, especias fuertes, té o huevos, son estimulantes. Aportan energía y pasión, útiles para actividades intensas, pero en exceso generan inquietud, agresividad o estrés. Los inuit y masái, con dietas ricas en carne y grasa animal, encarnan este carácter rajásico, que les permitía sobrevivir en entornos extremos. Estas elecciones eran dhármicas en su contexto —cumplían el deber de supervivencia—, pero las acciones resultantes (karma) podían ser mixtas: vigor físico, pero menos calma mental. En el mundo moderno, una dieta rajásica desmedida, como la paleo o cetogénica, podría desequilibrar, acumulando karma negativo al forzar el cuerpo más allá de sus necesidades actuales.

Los alimentos tamásicos, como carnes rancias, ultraprocesados, alcohol o sobras recalentadas, inducen letargo y confusión. Dañan la salud, enturbian la mente y desvían del dharma al fomentar negligencia o apatía. En el Paleolítico, la carne fresca era rajásica y funcional, pero hoy, con carnes industriales o exceso de grasas tóxicas, la dieta paleo puede volverse tamásica, afectando el metabolismo y generando karma negativo. Este tipo de alimentación no sostiene un cuerpo que busca prosperar, sino solo sobrevivir.

La relación entre estos conceptos es cíclica. Una dieta sátvica genera karma positivo al apoyar acciones conscientes, reforzando el dharma de cuidar el cuerpo y la comunidad. Comer éticamente —por ejemplo, evitando alimentos producidos industrialmente— también reduce el karma negativo, alineándose con el deber universal de preservar el orden cósmico. En contraste, una dieta tamásica o rajásica fuera de proporción puede llevar a acciones destructivas, alejándonos de nuestro propósito.

Los pueblos longevos, como los tarahumaras o kitavanos, con sus dietas simples y naturales, muestran cómo lo sátvico apoya una vida dhármica: saludable, útil y en paz. Por el contrario, dietas animales tradicionales funcionaban en su tiempo porque reflejaban el dharma de la supervivencia, pero hoy, sin esa necesidad, podrían desequilibrar. La leche materna, sátvica por excelencia, ilustra este ideal: nutre sin dañar, cumpliendo el dharma maternal y generando karma positivo para la vida del hijo.

En resumen, la alimentación es un acto de karma que refleja y moldea nuestro dharma. Elegir lo sátvico nos acerca a la armonía, mientras que lo rajásico o tamásico, sin equilibrio, nos aleja de ella. Y en un mundo moderno, donde la salud y el respeto por la Madre Naturaleza son imperativos, esta visión profunda de la alimentación nos llama a comer con intención y conciencia, no solo por el cuerpo, sino por el alma y el Universo.

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