¿Dieta baja en grasas?

No por casualidad, desde hace algunas décadas (en España, desde los años ochenta), se ha venido insistiendo muchísimo en la conveniencia de llevar una dieta baja en grasas, achacándoles a éstas el multiplicar los riesgos de accidentes cerebrovasculares y cardíacos.

Si esto fuera cierto, algunas tribus, como, por ejemplo, las esquimales, deberían haber tenido a lo largo de la historia un gran número de afectados por estas enfermedades; pero no es el caso.

Una vez más, lo que perjudica gravemente la salud de los seres humanos son los comestibles de baja calidad. Y si hablamos de grasas, la margarina, los aceites refinados, así como la bollería industrial estarían a la cabeza del grupo de las grasas tóxicas y dañinas.

¿Pero por qué ese empeño en que la gente tome pocas grasas?

No pensemos que es porque una dieta baja en grasas afecta al cerebro y merma sus capacidades cognitivas. Ni tampoco pensemos que una dieta baja en grasas implica una reducción drástica de la testosterona. No seamos malpensados. (El cerebro sirve para pensar, y la testosterona para tener valor).

Entonces, ¿qué hacemos?

Pues sí, es saludable comer grasas, lo más naturales que se pueda y en una proporción que variará, por ejemplo, dependiendo de la latitud donde uno viva. Porque no es lo mismo vivir en Finlandia que en Brasil.

Por otro lado, conviene recordar que la grasa es la parte del cuerpo de un animal en la que más se concentran y acumulan las toxinas. En consecuencia, lo más saludable sería que si en algún momento decidimos tomar grasas de origen animal procuremos que sean lo más naturales posible. Y si pueden ser ecológicas, mucho mejor. 

Sentido común.

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