Adela y Lucía

Cuando yo tenía veintipocos años, estuve durante un curso entero dando clases particulares de inglés y de latín a dos hermanas: Adela, de dieciséis años; y Lucía, de diecisiete. Unas chicas majísimas que se llevaban fenomenal entre ellas y que siempre iban juntas a todas partes. De hecho, eran inseparables.

Ambas vivían con su madre y con su padre, un hombre muy rudo y bastante intransigente. Y lo afirmo con certeza porque en unas cuantas ocasiones yo mismo fui testigo directo de las disputas entre él y su hija menor, Adela, la más contestataria de las tres féminas.

Cierto día, me presenté en el domicilio de las referidas para darles la clase, pero éstas aún no habían regresado del instituto por no sé qué contratiempo con el autobús. Y, tal que así, Carmen, la madre de Adela y de Lucía, conociendo mi forma de pensar y algunas de mis inquietudes, se puso a conversar conmigo:

Carmen: ...hay una cosa que no entiendo, Carlos. Adela y Lucía siempre están juntas, viven en la misma casa, comen lo mismo… Adela discute mucho con su padre, y de forma acalorada, y se nota que lo que le dice lo dice con ira y con rabia. Pero Adela tiene una salud de hierro, y, sin embargo, Lucía, que es muy apacible, callada y nunca discute con su padre, se pone enferma cada pocos meses; sobre todo, con infecciones. ¿Cómo puede ser?

Yo: Porque Adela escupe su veneno, mientras que Lucía se lo traga.

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