En ocasiones, puede ocurrir que aprietas demasiado una tuerca y luego resulta prácticamente imposible aflojarla. Otras veces, sucede que se aprieta poco y con el tiempo la tuerca se sale del sitio. Y dependiendo de lo que sujete esa tuerca, si se trata del estante de un armario o del ala de un avión, por ejemplo, las consecuencias podrían ser insignificantes o catastróficas.
En algunas máquinas, vehículos o estructuras intervienen tuercas que deben apretarse lo justo, ni más ni menos. Es decir, no pueden apretarse a ojo, según a uno le parezca, sino que deben apretarse con la fuerza exacta para que desempeñen su función sin romperse ni aflojarse.
Para tal efecto, los mecánicos o los técnicos emplean una herramienta denominada “torquímetro”, que les permite (conociendo previamente las especificaciones del fabricante o del ingeniero) saber con total precisión (mediante una pantalla digital) qué fuerza de giro deben aplicar para que la tuerca esté perfectamente ajustada al mecanismo o a la estructura.
Algunos seres humanos también poseen un torquímetro interno (llamémosle “sabiduría” o “sentido común”), que les permite saber en cada momento hasta qué punto deben apretarse las tuercas.
Sin embargo, cuando un ser humano carece de dicho torquímetro, entonces, una de dos: o tiende a apretárselas demasiado (vivir bajo una gran presión) o bien a dejarlas muy flojas (dormirse en los laureles).
Lo cual, lógicamente, tiene sus consecuencias...
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