Nuestro universo siempre tiende hacia la armonía

Podemos conocer la naturaleza de un individuo viendo cómo se comporta y mirando sus obras. E igualmente podemos conocer la naturaleza de nuestro Universo observando cómo se manifiesta a lo largo del tiempo.

Por ejemplo, cuando un ser humano se hace una herida, ésta tiende a cerrarse y a curarse sin que intervenga su deseo, ni su voluntad ni ningún tipo de acción. Simplemente, sucede de un modo completamente automático y natural: la herida se cierra sola, cicatriza y más tarde se cura.

Por supuesto, podríamos vivir en un Universo donde rigieran otras leyes y otros mecanismos vitales. En un universo, pongamos por caso, donde las heridas no cicatrizaran. En un universo donde una vez manifestado el caos no existiera la posibilidad de que éste se transformara en orden. Lo que, a todas luces, supondría una diferencia radical en el proceso evolutivo. Porque en un universo así sería muy difícil que pudieran perdurar las especies, en un universo donde no existiera la curación.

Afortunadamente para nosotros, el universo en el que vivimos siempre tiende hacia la armonía. Por eso, en nuestro cuerpo las heridas se curan solas, espontáneamente, como consecuencia de un complejo mecanismo biológico que es producto de millones de años de evolución.

En efecto, a poco que uno se fije, se dará cuenta de que adondequiera que se manifieste el caos sólo es cuestión de tiempo que termine imponiéndose la armonía. Si una erupción volcánica destruye una ciudad, al cabo de unos años los seres humanos volverán a reconstruirla. Si un rayo incendia un bosque, al cabo de un tiempo volverá a surgir en ese lugar otro bosque lleno de vida. Y si en una sociedad se multiplica el caos y el crimen es cuestión de tiempo que esa realidad se transforme hasta que se restaure la paz y el orden. La historia nos demuestra todo esto.

Además, los seres humanos contamos siempre con un as en la manga, con un eficaz instrumento capaz de implementar la armonía saltándose todas las leyes del propio Universo, y hasta el mismísimo tiempo: el amor.

Que todo lo puede.

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