Situaciones corrosivas

A principios de los años noventa, yo ya tenía algunos conocimientos sobre medicina natural, sin embargo, aún no sabía lo que era la asertividad, no era suficientemente maduro ni tampoco poseía el necesario control emocional sobre mí mismo. Además, tenía una novia con la que, de vez en cuando, discutía con cierto apasionamiento.

En este contexto, recuerdo una tarde de sábado teniendo una conversación bastante tensa con ella, durante la cual yo reprimí algunas emociones intensas (rabia, sobre todo), por lo que me sentía, literalmente, corroído por dentro. Y digo bien, porque, en un momento dado, empecé a sentir una acidez en mi estómago que se volvió muy molesta y dolorosa.

Hacía poco, yo había leído en alguna parte que el limón, a pesar de ser uno de los alimentos más ácidos que existen, provocaba una reacción alcalina al ser ingerido, lo cual me chocó bastante. No obstante, pensé que quizá ese podría ser el momento perfecto para comprobarlo. Desde luego, si no funcionaba, yo terminaría con un gran agujero en mi estómago (estoy exagerando). Pero si funcionaba, podría solucionar en pocos minutos el problema. Así que, en consecuencia, habiendo sopesado los pros y los contras, decidí correr el riesgo.

El caso es que mi novia y yo nos sentamos en la terraza de la cafetería de un centro comercial, y cuando llegó el camarero pedimos un refresco para ella (la pobre, a pesar de ser invierno, estaba muy acalorada) y, como un favor especial para mí, medio vaso con zumo puro de limón recién exprimido y con una pajita (para no estropear el esmalte dental).

Con plena conciencia, decidí tomar el zumo muy despacio, saboreándolo sin prisa, con la confianza de que así sería más eficaz. Total, que, efectivamente, en unos pocos minutos, la acidez desapareció por completo y sin dejar rastro. Un hecho contundente que vino a confirmar, con una experiencia vivida en primera persona, la teoría previamente aprendida.

Curiosamente, al cabo de diez o quince minutos, descubrí con cierta sorpresa que el zumo de limón no sólo había alcalinizado mis jugos estomacales sino mis propias emociones, pues, sin que ella hiciera nada de particular, empecé a ver a mi novia con otros ojos, como con mayor dulzura.

Por lo que, gracias a Dios, la noche acabó estupendamente.

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