El médico ruso emigrado a Francia, Paul Kouchakof, presentó en el 1º Congreso Internacional de Microbiología, celebrado en París en 1930, unos estudios probados con miles de personas que demostraban de forma inequívoca cómo la tasa de leucocitos en sangre aumentaba considerablemente inmediatamente después de haber ingerido alimentos cocinados, de tal forma que cuanto más cocinado estuviera el alimento, tanto mayor era la tasa de leucocitos por milímetro cúbico. A este fenómeno se le denominó leucocitosis digestiva.
Estas pruebas demuestran que el cuerpo humano no reconoce el alimento cocinado como natural, es más, lo ve como un enemigo, por lo que cuando éste entra en el organismo el sistema inmunitario se activa para defenderse de él y neutralizarlo.
Conviene señalar que el ser humano (cuando aún éramos prehomínidos) lleva cocinando sus alimentos desde hace casi dos millones de años. Sin embargo, a pesar de todo este largo período de tiempo, en nuestro cuerpo no se ha producido ninguna adaptación al alimento cocinado. Nuestro organismo sigue identificándolo como un cuerpo extraño.
Si un ser humano come tres veces al día, y las tres veces sólo come alimentos cocinados, esto implicará que su sistema inmunitario se activará tres veces al día. Y así un día tras otro, durante años… Lo que supondrá una desvitalización y un desgaste (de energía y recursos) con el paso del tiempo. Y en este punto conviene recordar que ningún animal salvaje del planeta Tierra, independientemente de su dieta, come alimentos cocinados. Ni uno solo. Todos son crudívoros. Al igual que lo éramos nosotros, los humanos, antes de que aprendiéramos a usar el fuego.
Fijémonos cómo en la gastronomía tradicional japonesa (uno de los pueblos más longevos del mundo) las verduras se comen casi crudas, así como muchos tipos de pescado, y aquí también cabrían los alimentos fermentados, que no producen leucocitosis. Y lo mismo sucede en algunos de los pueblos más longevos y saludables de la historia, como los abcasios, los vilcabambas o los hunzas: todos ellos consumen alimentos crudos y fermentados. Por otro lado, en la dieta mediterránea tradicional también abundan las frutas y las verduras crudas, estas últimas en forma de ensalada.
La única forma posible de evitar la leucocitosis digestiva sería comiendo exclusivamente alimentos crudos. Ahora bien, eso implicaría romper radicalmente con los usos y costumbres de una gran mayoría de gente. Lo cual es poco factible, siendo realistas.
Afortunadamente, existen diversas formas para, por lo menos, reducir o atenuar la leucocitosis digestiva:
- Evitando cocinar frecuentemente con sistemas de cocción a altas temperaturas, como el horno o las freidoras de aire caliente (en torno a 200-250 grados).
- Minimizando el consumo de frituras.
- Optar por la cocción al vapor como la forma de cocción más saludable (algunas cacerolas de titanio también permiten cocinar por debajo de 100 grados).
- Si se va a hacer un salteado en la sartén, añadir un poco de agua para que la temperatura de la cocción no sobrepase los 100 grados.
- Encontrar algún hueco por la mañana o por la tarde (siempre entre horas) para comer algo de fruta cruda.
- Procurar acompañar nuestras comidas de ensaladas o de una parte de alimento crudo.
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