Hace ya un tiempo, asistí al cumpleaños de un amigo que lo celebraba en su casa de la montaña. Era un fin de semana de verano. Y el caso es que coincidimos allí unas veinte personas, más o menos. Entre ellas, un matrimonio de treintañeros con un hijo preadolescente.
Mientras mi amigo preparaba la paella, su esposa charlaba animadamente con la mujer del mencionado matrimonio, la cual le comentaba con cierto pesar que su hijo (de unos diez u once años) se orinaba en la cama, y que ya no sabían que hacer para solucionarlo, porque, según decía, la cosa venía de muy atrás.
A lo largo de ese mismo día, tuve ocasión de observar el comportamiento de esta madre con su hijo, incluso sin pretenderlo, pues se trataba de una señora que se hacía bastante de notar. Me refiero a que cada dos por tres le estaba llamando la atención a su hijo (en mi modesta opinión, por nimiedades), además de controlarlo de una forma prácticamente asfixiante. Supuestamente, para que al crío no le pasara nada malo (por ejemplo, caerse de un árbol al que había trepado).
Ciertamente, llamaba mucho la atención el contraste entre cómo esta señora se comportaba con su hijo, es decir, de forma hipercontroladora, y cómo lo hacían el resto de padres con los suyos (había unos seis u ocho críos en total): dejándolos mayormente a su libre albedrío. Incluso también contrastaba su forma de tratarlo con la de su propio marido (confiada y despreocupadamente). Y tal que así, conforme fue transcurriendo la jornada festiva, fui reafirmándome más y más en mi creencia de que la incontinencia urinaria del crío estaba directamente relacionada con el modo en que lo trataba su madre. Algo que a mis ojos era un hecho muy evidente.
Es habitual que los mamíferos utilicen la orina para marcar su territorio (eso lo sabe bien quien tiene un perro). Y era palpable que el muchacho se sentía profundamente invadido en el suyo, es decir, en su espacio vital y en su propia personalidad (aquello que le facultaba para desarrollarse como ser humano). Por otro lado, observando al crío, también era evidente que temía a su madre. Porque la incontinencia urinaria también está relacionada con el miedo. De ahí, que muchas personas, incluso adultas, se orinen encima sin querer ante episodios extraordinarios de miedo intenso, terror o pánico.
A pesar de dedicarme a lo que me dedico, y de sentir un profundo amor por mi trabajo, no siempre encuentro la ocasión de ayudar a quien me gustaría ayudar. A veces, porque me doy cuenta de que la persona en cuestión no está receptiva, o porque actúa muy a la defensiva, o, sencillamente, porque las circunstancias no acompasan. Y ésta fue una de esas ocasiones.
En la que la madre necesitaba más ayuda que su propio hijo.
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