Julia llegó tarde


Hace poco más de cinco años, una amiga mía que vivía en Estados Unidos recibió una llamada de su hermana diciéndole que su madre, ya octogenaria, acababa de sufrir una infección pulmonar y que llevaba un par de días en el hospital, que en principio no le habían dicho nada para no preocuparle, porque no parecía algo grave, pero que, contra todo pronóstico, la cosa había empeorado en cuestión de pocas horas.

En esta tesitura, mi amiga reservó el primer vuelo que pudo para venir a España, con tan mala fortuna que el avión, pocos minutos antes del despegue, experimentó una avería que forzó la cancelación de su salida, por lo que Julia se vio obligada a coger el siguiente, que salía unas horas después.

Sin embargo, cuando Julia llegó al aeropuerto de Barajas le esperaba su hermana con el rostro desencajado y lágrimas en los ojos…

Transcurridas unas pocas semanas del fatal desenlace, Julia, ya de regreso en Estados Unidos, contactó conmigo para comentarme que se sentía profundamente triste, y no sólo por el fallecimiento de su madre, sino por no haber podido despedirse de ella, la cual, para más señas, estuvo consciente hasta sus últimos momentos de vida y había preguntado repetidamente por ella.

Me dijo Julia por videoconferencia y entre sollozos: Yo sólo quería cogerle la mano... mirarle a los ojos, sonreírle... y decirle que la amaba. Sólo eso. Nada más… Entonces, yo le dije: En realidad, aún puedes hacerlo, Julia. A lo que me contestó muy sorprendida: ¿Cómo?, si mi madre ya no está en este mundo.

Y como respuesta, le expliqué: Un día que estés sola y tranquila en casa, sin que nadie pueda interrumpirte, quizá por la noche, ponte cómoda en un sofá o en tu cama, cierra los ojos y procura relajarte profundamente pero sin dormirte. Entonces, viaja a un lugar hermoso y encuéntrate en él con tu madre. Quede claro que no se trata de visualizar sino de sumergirte sensorialmente en una escena imaginaria pero que tendrás que recrear, física y emocionalmente, con todos los matices propios de la realidad… hasta que no haya diferencia con la propia realidad. Y, tal que así, observa a tu madre completamente sana, en paz, radiante, llena de vida… y disfruta de esos momentos, compartiendo con ella algo que os haga muy felices. Tal vez, bañaros en el mar o en un río, un paseo por la montaña, preparar una comida juntas… En un instante propicio, cógela de la mano, mírale a los ojos, sonríele y dile que lamentas si en algún momento de su vida puedas haberla ofendido, dale las gracias por haberte traído al mundo, dile que la amas y que siempre tendrás un lugar de honor en tu corazón para ella. Cuando ya no te quede nada por expresarle, despídete de ella con un fuerte abrazo, con besos o como tú lo sientas, y con la certeza de que algún día, cuando llegue el momento, volveréis a veros. Y luego, regresas conscientemente a esta dimensión.

Julia me llamó unos días más tarde…

Carlos, hice esa especie de viaje imaginario que me propusiste… y no tengo palabras... Ha habido un antes y un después… Ahora, me siento muy aliviada y serena.

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