Viajes cuánticos e imaginación


Antes de tener uso de razón, yo tenía uso de imaginación. Y fue aquel rasgo distintivo de mi personalidad uno de los que más caracterizó, tanto mi infancia, mi adolescencia, así como mi posterior edad adulta.

Sí, de niño yo construía con mi imaginación mundos imposibles y realidades fantásticas que luego habitaba, como si fueran reales, y que me hacían muy feliz, hasta que algún día, siendo yo un preadolescente, un profesor de mi colegio, inoculó en mí un veneno muy dañino en forma de diagnóstico forense: Carlos, tienes demasiada imaginación; y, a veces, confundes lo que imaginas con lo que es real.

A partir de aquel momento, comprendí que si quería convivir entre adultos tendría que modular la expresión de mi imaginación y tratar de vivirla soterradamente, tal como las lombrices viven su propia vida: pasando completamente desapercibidas en el subsuelo.

Apenas una década después, siendo ya un veinteañero, empecé a comprender la relación entre imaginación y materialización, y aunque por aquel entonces mi vida discurría ajena a la palabra cuántica, mis observaciones y mis conclusiones respecto del mundo que me rodeaba me estaban encaminando hacia un destino remoto (ya bien entrado el siglo XXI) en el que terminaría encontrando la horma de mi zapato.

Tal cual, fue a finales del verano pasado (2023) cuando decidí poner mi imaginación al servicio de la  curación. Especialmente, para ayudar a mis pacientes a resolver sus problemas de salud, sus heridas del pasado, sus retos no alcanzados o sus conflictos no resueltos. ¿Pero cómo lo haría?

Pues la idea era bastante simple: guiarlos en un viaje imaginativo, pero, a diferencia de como lo haría un niño, con plena conciencia y enfoque. Es decir, el concepto sería el opuesto a una imaginación desbocada, o sea, una imaginación conducida. Un viaje de consciencia y emoción que actúa a modo de un molde cuántico que termina moldeando la realidad: sanándola, equilibrándola, armonizándola, reconfigurándola o potenciándola, según lo que uno persiga.

El caso es que, después de todos estos meses de experiencia, me siento tremendamente contento y satisfecho. La realidad ha superado, con creces, mis expectativas. Porque ya he podido comprobar, a través de decenas de viajes con mis pacientes, que, efectivamente, aquello que uno vive imaginariamente como real, y con emoción, termina materializándose, más pronto que tarde, en la realidad.

Es emocionante cuando lo pienso: curarse con la imaginación…

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