"Lo pienso y ya te digo algo".

 

He podido comprobar que en más del noventa por ciento de las ocasiones esta frase implica que la persona que la pronuncia, ya de entrada, no tiene ninguna intención de hacer lo que dice que va a pensar, ni termina diciéndole absolutamente nada a su interlocutor. Por lo tanto, deja un cabo suelto. Y dejar cabos sueltos no es algo armonioso ni saludable en las relaciones humanas. O dicho de otro modo: es mucho mejor dejar bien atados los asuntos pendientes que tenemos con los demás.

En el fondo, detrás de esta frase, últimamente muy extendida en nuestra sociedad, subyace el miedo y una debilidad en la Polaridad Masculina (asociada a la figura paterna). Me refiero al miedo a ser sincero, a ser completamente honesto, a ser auténtico... por las consecuencias que ello podría acarrear. Una frase, en definitiva, que suele ser fuente de conflictos interpersonales y desencuentros.

Cuando uno toma conciencia de esto, puede cambiar el patrón y elegir otras frases que estén mucho más alineadas con los valores genuinamente humanos, como la sinceridad, la honestidad, el valor, la integridad o el honor. Por ejemplo:

  • En este momento de mi vida, no me apetece tener un hijo, Alberto.
  • Lo siento mucho, pero no eres mi tipo y no deseo salir contigo.
  • No tengo ganas de quedar el domingo para ir a la playa.
  • Me parece usted un magnífico abogado, pero en este momento no dispongo del suficiente dinero para satisfacer sus honorarios.
  • No me encaja el presupuesto que usted me ha dado para reformar mi cocina.
  • No me dé ningún folleto, no estoy interesado en hacerme testigo de Jehová; muchas gracias.
  • No quiero ser delegado de este grupo. No estoy motivado.
  • Ya no me siento enamorada de ti y deseo terminar esta relación.
  • Ahora mismo, no me viene bien comprarte ese juguete, mi amor; quizá más adelante.
  • No me convence su propuesta de jubilación anticipada, señor director.
  • Agradezco tu invitación, aunque prefiero quedar con otro grupo de amigos.

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