El ego puede observarse muy claramente en un bebé que llora reclamando comida (como sustituto del lenguaje), por ejemplo. Si bien, en este caso, es un mecanismo necesario de supervivencia.
Sin embargo, en el adulto, cuando no hay detrás un mecanismo de supervivencia (por ejemplo, unos gritos pidiendo socorro), el ego hace ruido para hacerse de notar, para reclamar inconscientemente la atención del entorno, de un grupo o de una persona específica. Y necesita llamar la atención, inconscientemente, porque el ser humano que hay detrás de ese ego no ha recibido atención suficiente en su infancia. Básicamente.
Y, tal que así, podemos escuchar al ego reclamando atención:
• En los sonoros taconazos de una mujer que camina de madrugada por su casa.
• En los acelerones de un coche potente esperando en un semáforo en rojo.
• En la música alta que traspasa notablemente los tabiques de una vivienda.
• En una carraspera gutural persistente.
• En la caída accidental de un objeto contundente al suelo, provocando un gran estruendo.
• En los gritos desaforados de una discusión de pareja.
• En unos dedos que tamborilean reiteradamente sobre una superficie.
• En alguien que se dedica a tirar petardos durante un buen rato.
Sí, el ego es ruidoso; y cuanto más ruido, más ego.
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