Niños que fueron RECHAZADOS, es decir, que no fueron aceptados tal como eran, tienden a ser adultos que huyen de situaciones desafiantes, que se esconden, que se aíslan o que no pueden conectar con el sentimiento de pertenencia a un grupo.
Niños que se sintieron ABANDONADOS por unos padres ausentes (afectiva o físicamente) tienden a ser adultos dependientes, que les gusta llamar mucho la atención o con dificultades para terminar relaciones dañinas.
Niños que fueron HUMILLADOS, ridiculizados o de los que se avergonzaron tienden a ser adultos que se olvidan de sus necesidades y se centran en las de los demás. Les cuesta aceptarse y cuidarse.
Niños que fueron TRAICIONADOS por unos padres que no cumplieron lo que les prometieron tienden a ser adultos desconfiados, que están a la defensiva o que son demasiado exigentes con los demás (por miedo a ser traicionados o engañados nuevamente).
Niños que fueron tratados INJUSTAMENTE, con autoritarismo o frialdad, tienden a ser adultos que esconden lo que sienten, con dificultades para comprometerse o con una alta exigencia consigo mismos (porque creen que los demás les aprecian por lo que hacen y no por lo que son).
Por supuesto, un ser humano puede arrastrar varias de estas heridas al mismo tiempo.
Para curarlas es FUNDAMENTAL sanar la relación con los padres y con el niño interior.
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