Hace un par de años, unos amigos me invitaron a comer a su casa de la montaña y allí nos juntamos unas diez personas. Entre ellos, una pareja de veinteañeros, padres primerizos, que comentaban durante la comida lo agotados que estaban porque su bebé de año y medio lloraba muchas noches como un desesperado. Algo muy anormal que no lograban entender. Incluso explicaban que algunas veces lo habían llevado al hospital creyendo que el crío pudiera estar enfermo. Pero no, ni estaba enfermo, ni lloraba por hambre, ni por que le salieran dientes ni porque necesitara que le cambiaran el pañal. ¿Entonces? Todo un misterio, hasta para el pediatra.
En un momento dado, acabando la sobremesa, me puse a hablar con esta pareja de forma más privada, interesándome por su caso. Les pregunté si tenían una foto del crío cuando era recién nacido y me enseñaron una del móvil. Me llamó la atención, porque el niño no estaba llorando pero tenía el ceño fruncido, como si estuviera enfadado. Y en fotos tomadas meses más tarde, igualmente. Entonces, deduje que el niño había nacido enfadado por algún motivo. Y ese motivo podía ser, muy probablemente, la causa de su llanto desesperado y persistente.
Luego, llevado por mi intuición, les pregunté a los padres si el crío había sido deseado por ambos, a lo que se miraron entre ellos, como avergonzados, y me dijeron: No, no fue deseado. Fue un desliz. Y la verdad es que… nos llevamos un gran disgusto, porque nosotros queríamos tener hijos mucho más tarde y además estábamos en una situación económica muy delicada.
Tal que así, yo les dije a continuación: El crío está muy enfadado con vosotros porque se siente profundamente rechazado. Le falta mucho amor. Pero si hacéis un buen trabajo el problema podría solucionarse en un dos o tres semanas.
Se quedaron muy sorprendidos y me dijeron: ¿Y qué tendríamos que hacer?
Entonces, les dije: El crío debe dormir pegado a su madre, sintiendo la mano de ella en todo momento. Y cuando se duerma le decís en voz baja, como susurrándole al oído, y con sentimiento: De corazón, te pedimos perdón, Alberto, por haberte rechazado cuando llegaste a nuestras vidas. Lo sentimos mucho. Te damos las gracias por habernos elegido como padres y por formar parte de nuestras vidas. Nos sentimos honrados y felices de que así sea. Y, además, te amamos con toda nuestra alma, y vamos a cuidar de ti y vamos a protegerte para que crezcas sano y seas muy feliz.
Y añadí: Y mientras hagáis eso, aunque esté dormido, le sonreís y le acariciáis muy suavemente.
¿Y durante cuánto tiempo debemos hacerlo?, me preguntaron.
En principio, durante veintiún días, aclaré. Y, acto seguido, les di mi teléfono por si me necesitaban.
Me llamaron al cabo de diez días entusiasmados.
Los llantos desesperados del bebé habían desaparecido.
Comentarios
Publicar un comentario