Error fatal

 

Uno de mis artistas preferidos, el pintor holandés Lourens Alma-Tadema (1836-1912), expresó magistralmente en una de sus obras el triste destino de un gran número de hombres que, ya sea por ignorancia o por ingenuidad (y, hoy en día, por la distorsión hollywoodiense de la relación hombre-mujer), creen que lograrán el amor o los favores de una mujer gracias a sus halagos, constantes atenciones o apoyo incondicional.


Sí, se trata de hombres que, inconscientemente, colocan a las mujeres que admiran y desean en un pedestal, sin darse cuenta de que este gesto implica, necesariamente, colocarse a ellos mismos en una posición de inferioridad (si te coloco a ti por encima de mí, consecuentemente, me coloco yo por debajo de ti).


La obra pictórica que os comentaba se titula No me pidas más (traducción: Te quiero, pero como amigo), y en ella puede observarse a un hombre un tanto desmasculinizado que, para más inri, ha regalado un ramo de flores a la mujer que desea (a modo de declaración), mientras le besa la mano con devota sumisión (la cual queda perfectamente reflejada por su postura corporal marcadamente inclinada).


Ante la acción suicida del pobre varón, la noble y hermosa dama mantiene la distancia corpórea de él, deja a un lado el regalo florido (que sólo le despierta indiferencia) y le aparta la mirada con manifiesto desdén, significando su rechazo y su desprecio. Simplemente, no es el candidato apropiado.


Aunque esta escena podría distar unos dos mil años de nuestro tiempo presente, lo cierto es que en pleno siglo XXI sigo siendo testigo de escenas muy similares, en las que observo con cierta pena (y compasión, porque yo en un pasado también actué así) a muchos hombres manteniendo vigentes estos comportamientos tan sumamente destructivos y tan eficaces para alejarles de sus objetivos.


Alma-Tadema lo sabía perfectamente hace casi doscientos años: el exceso de interés en una relación binaria tiende a generar rechazo en la mayoría de las ocasiones, salvo en aquellas mujeres que puedan tener lesionada o mermada su autoestima, en cuyo caso acogerán de buen grado (al menos, en un primer momento) las generosas atenciones de un hombre igualmente necesitado (Ley de Atracción: Los semejantes tienden a buscarse y a encontrarse. Los semejantes se atraen).


Casi un millón de años de evolución humana no han podido borrar la contundente impronta que ha dejado en nosotros las leyes de la Naturaleza, la genética, la fisiología, la lucha por la supervivencia y el mantenimiento de nuestra especie. La sexualidad, a pesar de ser un fenómeno psicoemocional (y espiritual), parte de una base estrictamente biológica que ha ido fraguándose durante miles de milenios. Y es esa base, en gran medida, y de forma predominante, la que marca las pautas inconscientes del comportamiento humano.


A pesar de que nuestra especie ha alcanzado un enorme grado de diversificación, por regla general, las mujeres no se sienten atraídas por hombres aduladores y necesitados que las colocan en un pedestal y que les regalan sus favores incondicionalmente. Una mujer genuina, alineada con su Polaridad Femenina, y alineada también con su Polaridad Masculina (conciliada con la figura del padre), tenderá a desear y a buscar a un hombre fuerte, varonil, independiente, capaz y que le transmita seguridad. Exactamente igual que cualquier hembra de cualquier mamífero haría.


Por consiguiente, aquellos hombres que las adulen reiteradamente, que se les ofrezcan fácilmente o que las coloquen en un pedestal quedarán inmediatamente en un segundo plano, o, incluso, fuera del mapa.

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