Dar y recibir

 

El equilibrio es un movimiento que oscila entre dos posibilidades: izquierda y derecha, o delante y atrás, o arriba y abajo; por ejemplo. Y para no perderlo, conviene moverse en la zona central que se dibuja entre ambos extremos. Porque ya sabemos que en el término medio es donde reside la virtud.

Lo mismo sucede con cualquier aspecto de la dualidad. Por ejemplo, entre el dar y el recibir. Si ambos están en equilibrio todo irá bien, pero si te polarizas demasiado en uno o en otro, seguramente perderás el equilibrio, y eso conllevará, al final, pagar un precio, como perder la salud, la prosperidad o la armonía.

Si yo soy el padre de un niño pequeño y le doy demasiado afecto, lo asfixio emocionalmente, y eso le causará, de alguna manera, dolor y sufrimiento. E inversamente: si no le doy nada de afecto, igualmente, le causará dolor y sufrimiento, aunque de otra manera. En definitiva, ambos extremos le desequilibrarán. Sin embargo, el darle la medida adecuada de afecto alimentará su equilibrio emocional y le mantendrá alejado del dolor y del sufrimiento. Y no es que el dolor y el sufrimiento sean malos, es que, simplemente, no son imprescindibles; y por experiencia sé que cuanto mayor equilibrio tenga uno en su vida, tanto más alejado se mantiene de ellos. Comprobado.

Por la misma regla de tres, puede suceder que alguien se dé demasiado a los demás (y en esa acción se olvide completamente de sí mismo). O puede ser que no se dé en absoluto y permanezca en una actitud egótica, replegado en sí mismo (y se olvide completamente de los demás). Pero cualquiera de ambas tendencias provocará un desequilibrio. E insisto, el desequilibrio lleva aparejado el dolor y el sufrimiento, en mayor o menor medida.

Y también puede ocurrir, siguiendo con el razonamiento, que una persona se acostumbre a recibir demasiado, por ejemplo, ayuda de los demás. O que, por contra, no se sienta merecedora de ninguna ayuda, que crea que puede con todo, siempre, y que nadie tiene por qué ayudarla. Lo que, probablemente, en ambos casos, terminará desequilibrándola.

Así pues, la sabiduría consiste en ser capaz de reconocer dónde está uno en cada momento, con quién, y qué es lo que conviene dar a los demás y recibir de ellos.

Por lo demás, el equilibrio, tanto en lo físico, como en lo emocional, como en lo mental, como cuando uno camina por un cable si es funambulista, es algo que se aprende y se ejercita.

La maestría, como en todo, se adquiere con el tiempo y con la práctica.

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