Desde luego, puedo afirmar categóricamente, y por experiencia (tanto propia como ajena), que cuanto mayor sea el nivel de equilibrio y armonía en un ser humano, tanto menor será el nivel de conflictividad en su vida. Lo que viene a significar que disfrutar de armonía y equilibrio, en cualquier aspecto de la vida, es una forma eficaz de evitar los conflictos. Claramente.
Pero una cosa es que tu actitud (amorosa, constructiva) te evite los conflictos y otra es huir de ellos. Son cuestiones completamente distintas. De hecho, el huir de los conflictos atrae los conflictos a nuestra vida. Fundamentalmente, porque lo que más rechazas en la vida es lo que más atraes. Así de simple.
En realidad, no es que sea imprescindible tener conflictos para evolucionar en la vida (si estás muy despierto...), pero tenerlos suele ayudar mucho a evolucionar. A fin de cuentas, el conflicto suele implicar un reto y una dificultad que nos impulsa a sacar lo mejor de nosotros mismos, a crecer, a madurar y a evolucionar.
Como digo, cuanto más huyes de los conflictos, más los atraes. Por eso, de lo que se trata es de aprender a afrontarlos, y hacerlo de la mejor manera posible, para que, en vez de amargarnos la vida, o enfermarnos, nos ayuden a vivir mejor, a tener más sabiduría, y, por consiguiente, más bienestar, salud y prosperidad.
Normalmente, un conflicto no resuelto es como una asignatura pendiente: que te obliga a repetir curso una y otra vez hasta que la apruebas. Y quizá en el instituto o en la universidad puedas engañar al profesor y aprobar un examen sin estar capacitado, pero te aseguro que en el Universo no puedes hacer trampa. Y no podrás pasar de curso (subir otro peldaño en tu evolución) hasta que no superes tu asignatura pendiente, tu examen.
O sea, ese conflicto que tengas pendiente de resolver.
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