Como consecuencia de mi experiencia profesional, después de observar unos cuantos casos en la consulta, he podido diferenciar dos grandes grupos de acúfenos: aquellos que merman la audición cuando se manifiestan y los que no interfieren en la misma.
En el caso de los que merman la audición, la metáfora implícita es clara: el paciente no quiere oír algo, algo que es importante. Sin embargo, es fundamental que escuche lo que no quiere oír por boca de otros, porque en esas palabras ajenas está la clave para que evolucione o avance en ese momento de su vida.
El otro tipo de acúfeno se manifiesta sin mermar la capacidad auditiva, y el paciente lo siente como un pitido o un zumbido, pero puede oír perfectamente los sonidos que le circundan. En este caso, ese zumbido o pitido es como una especie de alarma, de avisador, o como el chivato en el salpicadero de un coche: que indica que algo no funciona bien o que requiere nuestra atención.
Es esencial conocer cuáles son los sentimientos o emociones del paciente afectado cuando experimenta el acúfeno: ¿incomodidad?, ¿molestia?, ¿ansiedad?, ¿impotencia? Porque esas emociones nos dan la pista para comprender qué situaciones concretas están sucediendo en su vida que le generan esas emociones. Y, obviamente, el conflicto subyacente en esas situaciones tiene mucho que ver con lo que oye cuando las está experimentando. Por ejemplo: una discusión recurrente entre seres allegados.
Como toda afección o síntoma, en última instancia, el proceso patológico requiere de nosotros, no sólo una toma de conciencia de su trasfondo (por qué ha llegado a nuestra vida), sino una acción o un conjunto de acciones. Así pues, cuando nos recolocamos en el lugar adecuado, por ejemplo, en nuestra estructura familiar, o cuando vencemos un miedo que nos condiciona para tomar una decisión importante, entonces esa señal de alarma, ese pitido, ese aviso, simplemente, se desvanece y termina desapareciendo.
Eso es actuar con conciencia.
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