Juego de espejos


Incluso si tuvieras una vista de halcón, no podrías verte ni la rabadilla, ni la nuca ni tu zona lumbar. Estarían fuera de tu campo visual. Por tanto, para poder observarlas necesitarías un juego de espejos.

De un modo similar, incluso si eres un ser humano muy perspicaz y humilde, es decir, con una gran capacidad para reconocerte a ti mismo tal como eres y para poder penetrar en tu propio interior, te resultará difícil poder ver ciertas facetas de ti mismo. Quizá porque se encuentren ocultas en un nivel profundo, bajo la superficie de tu apariencia, de tu personalidad. O porque tu ego te lo impida con alguna de sus triquiñuelas. En cualquier caso, me refiero a facetas vinculadas a heridas como la humillación, el rechazo, la traición o la falta de cariño. Heridas que suelen tener su origen en la infancia.

El caso es que toda herida que se manifieste en tu vida está destinada, quieras o no, a ser sanada. Porque el Universo siempre busca el equilibrio y la armonía. Y porque la vida de un ser humano, sea como fuere, siempre se ve impelida hacia el amor, en su conjunto, y en cualquiera de sus múltiples aspectos, como la tolerancia, la amabilidad, la empatía, la confianza, el valor...

En este contexto de evolución y crecimiento, una forma de poder ver con claridad esas caras de nuestro lado más oscuro es mediante personas que elegimos conscientemente. Por ejemplo, un terapeuta, o bien un amigo al que en un momento dado le preguntamos si tiene la sensación de que a veces podemos ser demasiado intolerantes. Entonces, su respuesta, unida a la de otras personas de confianza, puede servirnos como espejo, o sea, para poder vernos a nosotros mismos tal como realmente somos.

Sin embargo, esta forma de tomar conciencia de nuestra sombra no es la más habitual. De hecho, es atípica. Sobre todo, porque hace falta mucha humildad para poder adentrarse con alguien de tu elección en una zona de ti mismo que es cualquier cosa menos bonita y agradable.

Lo más habitual en la mayoría de seres humanos es que el abordaje de nuestra sombra, y sus correspondientes heridas, se produzca mediante seres humanos a los que nos acercamos, y que atraemos, de forma inconsciente. Por ejemplo (abundando en el caso anterior), alguien a quien conocemos en una fiesta y que, de algún modo, prácticamente sin conocernos, expresa algún tipo de rechazo hacia nosotros.

Ese rechazo que sentimos hondamente en nuestro corazón pone de relieve el propio rechazo que nosotros manifestamos hacia otros seres humanos (conocidos o no, cercanos o no) en nuestra cotidianidad. Es decir, la no aceptación (rechazo, intolerancia) genera una onda que rebota en algún punto del espaciotiempo y vuelve hacia nosotros en forma de rechazo por parte de terceras personas. Por consiguiente, estás personas son las que, inconscientemente, nos hacen de espejo. Es decir, reflejan nuestra propia imagen, activando el Principio de Causa y Efecto (Quien a hierro mata, a hierro muere).

Y en ese preciso punto, si eres lo suficientemente humilde y perspicaz, podrás darte cuenta de que el rechazo que has experimentado en tus propias carnes ha visibilizado una herida de rechazo surgida, muy probablemente, en tu infancia; tal como he mencionado anteriormente.

Una herida que puede curarse sanando la relación con los padres, sacando al exterior las emociones enquistadas asociadas a ella y potenciando virtudes como la aceptación, la tolerancia y la flexibilidad.

Comentarios