Muchos de nosotros, en algún momento, le hemos dicho esta frase a alguien que conocíamos. Alguien que, seguramente, se estaba enfrentando a una situación, como mínimo, desafiante. A un reto que suscitaba inseguridad, incertidumbre o incluso miedo.
Desde luego, una frase como esta se puede pronunciar de un modo inconsciente. Simplemente, de forma mecánica, para que quien la escucha se sienta aliviado por un momento, o para que no se asuste. O bien, pronunciarse con plena conciencia e intención.
Cuando se hace de esta última manera, uno pronuncia la frase, no en calidad de adivino, sino como creador cuántico de la realidad.
Todo irá bien no significa, necesariamente, que vaya a suceder lo que más nos gustaría que sucediera. Significa que lo que nos suceda será lo mejor que puede sucedernos. Significa que, incluso si lo que nos sucede en un futuro no es agradable, luego vendrá algo agradable. Seguro. Seguro cuando uno sabe cómo funciona el Universo y sus leyes.
Cuando esta frase se verbaliza con plena conciencia no es una creencia. Es una certeza. La certeza de que incluso la desgracia siempre trae un bien mayor y que el dios que somos (a través de nuestra mente consciente e inconsciente) está detrás de todas nuestras manifestaciones tangibles.
Todo irá bien implica que, independientemente de los planes de los seres humanos, todo se desarrollará conforme al Plan Divino (el cual es perfecto), que la Justicia Universal dará a cada cual lo que merece (ni más ni menos) y que colocará a cada quien en el preciso lugar que le corresponde. Y que si uno cabalga a lomos del amor (en cualquiera de sus múltiples facetas), lo que haya de acontecerle será lo adecuado y lo conveniente, la mejor opción posible de entre todas las probabilidades.
Sin lugar a dudas.
Con toda seguridad.
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