Madurez emocional

 


A poco que nos fijemos, nos daremos cuenta de que algo que caracteriza a los niños y a los adolescentes es su inmadurez emocional. Pero este es, en principio, un fenómeno completamente natural a esas edades, en las que los valores que rigen la vida del ser humano aún no se han configurado (menos aún, consolidado) y donde lo que prevalece no es el autocontrol sino el dejarse llevar por las emociones más primarias, como la ira, la rabia o el miedo.

Lamentablemente, hoy en día, es muy frecuente encontrar a individuos adultos que permanecen anclados a patrones de comportamiento que están regidos, no por valores humanos (como el respeto, la empatía, la asertividad...) sino por emociones primarias.

Por ejemplo, cuando se da un momento de tensión o desencuentro entre dos personas, si una de ellas se guía por sus valores respetará a la otra, mientras que si se guía por sus emociones (ira, enfado...) tenderá a caer en el juicio, la crítica o el reproche, o incluso en la agresividad, con respecto a la otra, lo que probablemente desencadenará un conflicto de mayor envergadura.

La madurez emocional es la capacidad, puesta en práctica, que impulsa a un individuo a actuar por sus valores humanos más que por sus bajas pasiones (emociones hirientes o dañinas).

El hecho de que predominen ampliamente en nuestra sociedad moderna los comportamientos marcados por las bajas pasiones y no por los valores humanos se debe, fundamentalmente, a que cada vez son menos los padres que asumen la responsabilidad de inculcar esas virtudes a sus hijos (con el ejemplo). Tal vez, porque muchos de ellos ni siquiera las han cultivado ni las han desarrollado, o, simplemente, porque por ignorancia o dejadez se desentienden de esa noble tarea. También, porque la sofisticada y estudiada influencia de los medios de masas (televisión, plataformas digitales, videojuegos y redes sociales) modela a su antojo a un amplio sector de la población con unos antivalores humanos que, comoquiera que sea, terminan cuajando en ella.

Por eso, ahora más que nunca, se hacen imprescindibles los referentes de valores, de ética y de moralidad. Por supuesto, encarnados en seres humanos conscientes. Máxime, en un mundo donde se fomenta (a menudo, muy groseramente) lo diametralmente opuesto, es decir...

...lo rudo, lo grotesco y lo infame.

Comentarios