Por esto (entre otras razones) amo mi trabajo

 

Hace cosa de tres años, la amiga de un amigo mío nos invitó a comer a su casa para conocerme en persona. Yo nunca la había visto, ni había hablado con ella ni sabía nada de su vida. Solamente, que trabajaba en una inmobiliaria y que vivía con su hijo adolescente.

El caso es que, en un momento dado de la conversación, esta mujer nos comentó que estaba muy angustiada porque su hijo, con dieciséis años en aquel momento, era muy apático, estaba muy disperso, hacía las cosas con desgana, le faltaba mucho empuje en los estudios, y, sobre todo, a la hora de relacionarse con los demás.

Nosotros estábamos comiendo en la cocina, y desde el sitio donde yo estaba sentado se podía ver una parte de la galería. Y allí, justo en el suelo, me di cuenta de que había unas zapatillas similares a las de la foto, del número cuarenta y tres, aproximadamente, y con un rasgo muy característico: la parte delantera de la suela estaba muy desgastada, sobre todo en la parte interior. Lo que me invitaba a pensar que el crío caminaba encorvado hacia delante, con los pies abiertos y seguramente arrastrándolos.

Tal como yo lo veo, tu hijo tiene un conflicto importante con su padre y con la Polaridad Masculina, le dije a la mujer. A lo que ella me preguntó muy sorprendida: ¡¿Cómo sabes eso?! Entonces, yo le contesté, sonriendo: Me lo han dicho sus zapatillas.

Cuando un ser humano camina erguido, la barbilla alta, los hombros hacia atrás y los pies paralelos, mirando hacia delante, es porque tiene empuje, vitalidad, determinación y foco. Todos ellos, rasgos de la Polaridad Masculina. Cuando camina encorvado es porque le falta valor, determinación y capacidad para afrontar los retos. Luego está el arrastrar los pies: falta de impulso vital. Y caminar con ellos hacia fuera: falta de foco.

En el caso de este chaval, su madre se separó de su padre cuando él era muy pequeño. Había tenido con su marido una relación muy conflictiva que le había despertado un gran rechazo hacia él. Un rechazo que, inconscientemente, contagió a su hijo, quien también terminó rechazando a su progenitor, y, por ende, a esa Polaridad Masculina (con todos sus atributos) que representa la figura del padre.

Unos días después de aquella comida, la mujer vino a mi consulta. Allí, con tiempo suficiente, pudimos charlar de toda esta situación. De tal forma que ella llegó a comprender fácilmente la necesidad de sanarla. Primero, ella; y, posteriormente, su hijo. Y así, con una nueva visión de la realidad y algunas herramientas sencillas, ella consiguió mejorar considerablemente la relación con su marido al cabo de unos meses.

En lo que respecta al muchacho, me consta que ya no desgasta la suela de las zapatillas...

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