Una de las facetas de la Polaridad Masculina es la autoridad. Y la autoridad no es más que el ejercicio del poder de quien, legítimamente, gobierna o ejerce el mando. Sin embargo, el autoritarismo sería la perversión de la autoridad, es decir, el abuso del poder sobre los demás.
Teniendo esto claro, puede surgir entonces una pregunta: ¿por qué un individuo o un pueblo es capaz de soportar una tiranía que se prolonga sin rebelarse contra ella? Pues bien, todo conflicto relacionado con el autoritarismo o con la tiranía tiene que ver con la figura del padre, o bien con alguien que ha ejercido ese rol en su lugar.
Un conflicto con el padre suele tener su origen en la infancia, y se manifiesta en tanto en cuanto el niño (del sexo que sea) ha experimentado de forma sistemática alguna clase de abuso, ausencia, maltrato, falta de cariño, humillación o abandono por parte del padre.
Esta situación genera en la mente inconsciente de la criatura una pesada carga, una carencia de mayor o menor envergadura y la necesidad acuciante de sentirse amado por un padre... o bien por alguien que desempeñe dicho rol de forma supletoria.
Un individuo o una colectividad es capaz de soportar una tiranía paternalista (nunca mejor dicho), con todo lo que eso conlleva, como abusos, maltratos o humillaciones, por ejemplo, a cambio de una sensación de protección o seguridad que mitigue la angustia o el miedo ante una situación de gran importancia en la vida de ese individuo o de ese pueblo.
Por consiguiente, el divorcio entre un pueblo y la tiranía que lo oprime pasa por la sanación de la relación con el padre. Porque cuando uno se ha reconciliado con la figura paterna, uno mismo se convierte en su propio padre (cuidador, líder, protector), y, en consecuencia, ya no necesita de ningún padre supletorio, ni, menos aún, de un tirano, que le diga en cada momento lo que puede o no puede hacer, decir o pensar.
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