En los últimos diez años, me he encontrado con muchos casos en mi consulta de gente afectada por enfermedades intestinales. Sobre todo, intolerancia al gluten, Síndrome del Colon Irritable y Enfermedad de Crohn. Hoy en día, estas afecciones son tan comunes que bien podrían considerarse una auténtica epidemia.
Los síntomas que comparten son: dolor abdominal, diarreas, gases e irritación intestinal.
Por otro lado, en todas estas afecciones he encontrado algunos denominadores en común que alimentaban el problema:
1) Personas que combinaban inadecuadamente sus alimentos. Lo que les provocaba fermentaciones, gases, toxinas, y, en última instancia, irritación de la mucosa intestinal.
2) Hábitos alimenticios inadecuados, como no masticar bien la comida, tomar postre o meterse en la cama con el estómago lleno.
3) Situaciones vividas que resultaban más o menos irritantes (tanto en intensidad como en frecuencia).
Todas estas afecciones, aun no siendo graves (no comprometen la vida del paciente), pueden resultar tremendamente molestas y condicionar sobremanera la vida de quienes las sufren. Hasta un punto de afectarles psíquica y emocionalmente con intensidad.
La experiencia me ha demostrado que cuando la persona afectada empieza a combinar correctamente los alimentos, mejora sus hábitos y aprende a gestionar de una forma más constructiva esas situaciones irritantes los síntomas mejoran considerablemente. E incluso, en muchos casos, remiten por completo en pocos meses.
Aunque en estos procesos la alimentación desempeña un papel fundamental y mejorarla puede ayudar muchísimo, yo siempre pongo el acento en el conflicto que hay detrás de la enfermedad. Ahí está la clave de todo. Como de costumbre.
A fin de cuentas, el conflicto es la madre de todas las enfermedades.
Comentarios
Publicar un comentario