El peor virus que conozco



El primer contacto que tuve con este virus fue cuando yo era pequeño, muy pequeño. No recuerdo con exactitud en qué momento preciso, aunque me atrevería a decir que fue a través de una persona de mi entorno familiar, y por contacto directo. Seguramente, alguien que me habló muy de cerca.

Doy por sentado que mi cuerpo trataría de defenderse, pero, a todas luces, fue inútil. Quizá yo no estaba lo suficientemente fuerte, o tal vez fuera que el referido virus era muy agresivo. O las dos cosas, no sé. El caso es que yo no fui consciente de que lo tenía dentro de mí, creciendo, hasta que tiempo después empecé a notar los primeros síntomas: ira, desconfianza, inseguridad... Incluso al observar que mi postura corporal pasaba por estar un tanto encorvada. O mis ojos, a menudo, demasiado abiertos. Las pupilas dilatadas...

Con el paso de los años, fui dándome cuenta de que, efectivamente, este virus era altamente contagioso. De hecho, la inmensa mayoría de seres humanos con los que me he encontrado a lo largo de mi vida han sido víctimas de él. Me consta que muchos de ellos han experimentado una vida de limitaciones, e incluso penurias, por su causa. Es más, este virus detestable, directa o indirectamente, ha matado, a lo largo de la historia, a una buena parte de la población mundial. Con certeza, más que ningún otro virus que haya existido. Y lo que es peor aún: ha llevado a muchos seres humanos, infectados por él, y arrastrados por una extraña locura, a matar despiadadamente a sus semejantes.

Os diré que el llevar una vida bastante saludable, el tratar de desarrollar, cada vez más, una actitud constructiva, el cuidarme, el respetarme y el procurar mantenerme alejado de factores intoxicantes varios, me ha permitido, a fecha de hoy, no eliminar por completo el virus de mi cuerpo, pero sí, al menos, mantenerlo a raya; y, sobre todo, no permitirle que condicione en exceso mi vida. Además, sé que cada día que pasa mis anticuerpos son más fuertes y más capaces de hacerle frente con éxito. Creo que porque aprenden de cada batalla que libran contra el virus.

Lo cierto es que hay momentos en que noto la presencia del susodicho virus en mi cuerpo. Pero esos momentos, doy fe, cada vez son más cortos, menos intensos y más espaciados.

Por otro lado, también he podido comprobar, por mi propia experiencia, que cada uno de nosotros estamos en condiciones de fabricar una poderosa vacuna capaz, incluso, de neutralizar a este virus maldito. Una vacuna que podemos compartir, también, por contacto directo con otras personas, con nuestros semejantes.

Yo la llamo amor.
Nada mejor para combatir el virus del miedo.

Comentarios