Mantengamos la calma



Da igual si hablamos de tu novio, de tu madre, de tu hermano, de un amigo o de una compañera de trabajo. Algo que te da un enorme valor ante ellos es tu capacidad de mantener la calma y expresar confianza en ti mismo en las situaciones desafiantes. Me refiero a esas situaciones en las que, fácilmente, una mayoría de personas pierden los papeles. Por ejemplo: un desencuentro que vives con tu pareja, un hijo que no te hace caso, un amigo que se posiciona en las antípodas de tu opción política, un compañero de trabajo que habla mal de ti, un familiar que siempre te hace la puñeta en las comidas navideñas...

Efectivamente, lo más habitual es que cuando las cosas se ponen difíciles, quien más y quien menos, hombres y mujeres, de cualquier edad, pierdan la calma. Hablo de alterarse, de elevar el tono de voz, de gritar, o, incluso, de ponerse histérico o agresivo. Y de verdad que no imaginas hasta qué punto eso te va a quitar valor ante los demás... y ante ti mismo (ante tu mente inconsciente), y de una forma inmediata. Además, este es uno de los factores que más rechazo genera entre las personas.

Si lo que pretendes es fortalecer tu vínculo de pareja, ser respetado en tu trabajo o ganarte la confianza de un cliente, lo último que te conviene, lo último, es perder los papeles. O sea, alterarte, elevar el tono de voz, despotricar, ponerte agresivo...

Lo cierto es que son pocas, muy pocas, las personas que mantienen la calma en las situaciones desafiantes. Pero como esa serenidad y esa confianza que algunos muestran delata autocontrol, equilibrio y templanza, dichas personas siempre son altamente valoradas por los demás, independientemente del contexto en el que se muevan (pareja, familia, amigos, trabajo...).

Nosotros no podemos controlar las cosas que suceden a nuestro alrededor,
pero sí podemos controlar cómo nos las tomamos y cómo las vivimos. 
Y es ahí, precisamente, donde la madurez de una persona se deja sentir.

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