Cuando una célula de nuestro cuerpo está sana, actúa anteponiendo siempre el beneficio del organismo del que forma parte al suyo propio. Sin embargo, si dicha célula se intoxica y se vuelve maligna su patrón solidario se vuelve perverso, anteponiendo su propio beneficio al del mencionado organismo.
La célula maligna no se siente parte de la comunidad (fase de diferenciación), no se identifica con sus leyes naturales ni con sus propósitos unitarios. Y tal que así, en su proceso de degeneración, más y más células malignas se suman a su causa (fase de proliferación), conformando una nueva estructura maligna (parénquima, tejido tumoral).
En un momento dado, esas células tóxicas y malignas empiezan a extenderse, colonizando y contaminando nuevos territorios (tejidos, órganos...) que antes estaban sanos (fase de metástasis).
Dicho crecimiento descontrolado, que, además, no tiene un propósito definido, implica consumir grandes cantidades de energía y recursos (nutrientes, tejidos...), los cuales son cuantiosos pero limitados, por lo que al cabo de un tiempo comienzan a agotarse (fase de caquexia).
En su degenerado comportamiento, en su locura egoísta, las células cancerosas no se dan cuenta de que cuando se agoten por completo los recursos y la energía, el organismo del que forman parte (cuerpo) dejará de tener vida, y ellas perecerán con él (fase de resolución o muerte).
Con todo lo explicado, queda demostrado por qué los seres humanos somos un cáncer para el planeta Tierra. Somos su peor enfermedad. Una enfermedad caracterizada por una grave intoxicación (contaminación), por un crecimiento descontrolado y por una malignidad que nos lleva a provocar un daño gigantesco sin pensar en absoluto en las consecuencias. Porque si la Tierra muere, a buen seguro, nosotros moriremos con ella. No hay escapatoria.
A través de la medicina natural, lo primero que haría falta para curar un cáncer sería limpiar el organismo, depurarlo. Al mismo tiempo, dejar de intoxicarlo. Y luego, seguir unas pautas orientadas a regenerar esas células malignas (degeneradas) para que recuperen su comportamiento solidario natural (en favor de la comunidad, en vez de en contra de la comunidad).
Y lo mismo cabe hacer con este cáncer planetario que somos nosotros mismos. Exactamente igual.
Una parte de la Humanidad está degenerada. Y lo está porque ha renegado de ese patrón de comportamiento solidario que antepone el bien común al propio beneficio. Lo ha abandonado en favor de un patrón egoísta y perverso, consistente en anteponer los intereses personales a los de la comunidad.
La tarea que asumimos el resto de seres humanos (esa parte de la Humanidad que aún no está degenerada) es desintoxicar nuestro mundo (limpiarlo), reducir cada día más las fuentes de contaminación y tratar en lo posible de regenerar a los seres humanos que se han degenerado. Fundamentalmente, expandiendo conciencia y dando ejemplo.
Nosotros, la Humanidad, efectivamente, somos el cáncer de nuestra Madre Tierra.
Pero también somos su curación...
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