Nada en este mundo puede sustituir, ni de lejos, a la leche de una madre: el mejor alimento para un bebé. Y no ya sólo por los nutrientes físicos que le proporciona (grasas, vitaminas, minerales, proteínas, enzimas, defensas, etc.) sino por los nutrientes psicoemocionales, como son la confianza, la seguridad, el afecto, el sentimiento de vínculo, el contacto físico, la dulzura, el amor...
El fenómeno de amamantar una madre a sus crías viene sucediendo en los mamíferos desde hace 200 millones de años. Por eso, está marcado a fuego en nuestra especie. Y es uno de los procesos vitales de mayor trascendencia en la vida del ser humano.
Sin embargo, lo que fue habitual en otros tiempos ya no lo es tanto hoy en día, pues un gran número de mujeres, desde hace décadas, han renunciado a dar de mamar a sus bebés, o lo han hecho durante un corto período de tiempo. Además, la incorporación de la mujer al mercado laboral también ha tenido, en muchos casos, un gran impacto en el tiempo dedicado a la crianza de sus hijos. Y todo este fenómeno social generalizado ha provocado en el inconsciente del ser humano (hombres y mujeres) una enorme "carencia de madre" y, paralelamente, un gran "des-madre" en la sociedad.
Esta carencia provoca que nuestra mente inconsciente propicie un mecanismo compensatorio, es decir, que busque en lo que tenemos más a mano algo que pueda llenar ese vacío. Y ese algo, que todo el mundo tiene a mano hoy en día, son los lácteos: el alimento que simboliza la figura de la madre y todo lo que ésta representa.
Observando a vista de pájaro las distintas secciones de un supermercado podemos darnos cuenta de que la de lácteos es la más grande, la que más espacio ocupa. Desde un punto de vista comercial esto es así por la ley de la oferta y la demanda, porque la gente exige productos lácteos a toneladas, porque se ingieren en grandes cantidades, y prácticamente a diario por la mayoría de consumidores. Así que los dueños de los supermercados, conscientes de ello, no desaprovechan la oportunidad. Es más, la fomentan sistemáticamente con una publicidad agresiva, con un márquetin muy atrayente y con ofertas de todo tipo. Pero, desde una visión simbólica, esas grandes secciones de lácteos en los supermercados representan la enorme carencia de madre que arrastra y experimenta el grueso de la población.
Sí, este consumo desaforado y compulsivo de lácteos nos delata, y pone de relieve la búsqueda inconsciente de la madre y de todo lo que ella da cuando amamanta: sentimiento de vínculo (de pertenencia a un todo mayor=conexión con la divinidad), la calidez del contacto físico (corporeidad=noción de ser, de existir, identidad), la protección, el cuidado, la confianza y la seguridad, la dulzura y el amor.
Así y todo, los lácteos, de ninguna de las maneras solucionan el problema. Más bien, lo agravan. Porque, así como son beneficiosos para un niño pequeño (siempre y cuando hablemos de la leche de su madre), en el adulto, aparte de intoxicar y producir flemas en el organismo, a un nivel psicoemocional, alimentan el miedo, la inmadurez y la dependencia. Todos ellos, obstáculos en nuestro proceso evolutivo.
La solución pasa, inevitablemente, por volver a naturalizar el proceso de lactancia y de crianza de los hijos. Y en este sentido, el papel que desempeña la madre es CRUCIAL (mucho más importante que el del hombre).
Madres cada vez más conscientes, equilibradas y conectadas con su Esencia Femenina es lo que necesitamos, en primera instancia (en las primeras etapas de nuestra vida), para crear seres humanos cada vez más seguros de sí mismos, maduros e independientes. Y para que la sociedad y este planeta den ese salto cuántico que supondrá, definitivamente, dejar atrás el mundo del ego y del miedo y que nos adentremos en una nueva era de armonía, prosperidad, fraternidad y amor.
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