La vejez es una de esas realidades que casi nadie se cuestiona. Es un paradigma tan antiguo y tan arraigado en el ser humano como el de la muerte. Inamovible. Y cualquier paradigma que alimentemos y sostengamos en nuestra realidad tenderá a cumplirse... hasta que dejemos de creer en él.
A todo esto, he conocido a unas cuantas personas a lo largo de mi vida que, sin recurrir a la cirugía estética ni a fórmulas cosméticas, aparentaban mucha menos edad de la que tenían. Y no sólo aparentaban mucha menos edad sino que, además, disfrutaban de una gran salud y vitalidad.
Un denominador en común que tenían estas personas era que todas y cada una de ellas mantenían muy vivo a su niño interior. Sin embargo, el niño interior puede mantenerse muy activo:
- de una forma INARMÓNICA, cuando el individuo es, por ejemplo, muy dependiente, muy miedoso o muy inmaduro.
- de una forma ARMÓNICA, cuando el individuo es muy imaginativo, muy alegre y divertido, muy inocente o muy puro.
Tengamos en cuenta que nuestras células son un fiel reflejo de lo que nosotros somos como individuos, y funcionan tal como nosotros funcionamos, merced a un principio cuántico de correspondencia (Como es arriba es abajo, como es abajo es arriba). Por consiguiente:
- la pureza de nuestras células (escasez de toxinas) depende de la pureza de nuestra mente y de nuestro corazón.
- su frescura (lozanía, tono, turgencia) depende de nuestra propia frescura, un concepto que se opone al de estancamiento, o enranciamiento.
- su capacidad para alimentarse con nutrientes de óptima calidad depende de nuestra capacidad para alimentarnos óptimamente (de una forma constructiva y amorosa) de todo aquello que vivimos (todo lo que vive el ser humano, simbólicamente, es su alimento, lo que nutre su alma).
- su capacidad para eliminar toxinas depende de nuestra capacidad para deshacernos de aquello que nos sobra por cuanto que es tóxico o dañino (formas de pensar, de actuar y de relacionarnos con los demás).
- su capacidad de regeneración depende de nuestra capacidad para renovarnos, para reinventarnos y para recomponernos tras los azotes de la vida.
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