Incluso la mejor opción para una situación determinada puede no ser la mejor opción al día siguiente.
Incluso el alimento más saludable que puedas comer, puede sentarte mal a destiempo, o en la dosis incorrecta.
Ser sincero es una gran virtud, sí, pero decir siempre sin ningún filtro todo lo que pasa por tu cabeza puede ser causa de graves conflictos.
¿Qué es mejor, ignorar siempre lo que nos dice la mente y hacer caso al corazón?
¿Qué es mejor, decir lo que pensamos o callar?
¿Qué es mejor, ser siempre fiel a nuestros principios o saltárnoslos si no hay más remedio?
¿Qué nos conviene más, actuar siempre conforme a lo que sentimos o adecuar nuestras expresiones al momento en que nos encontramos?
Pues bien, tal como yo lo veo, la sabiduría no es una regla fija. No es un patrón que haya que seguir siempre, por muy buen patrón que sea.
Yo entiendo la sabiduría como algo muy moldeable, como algo muy adaptable a cada situación. Tal como hace un camaleón: que percibe cómo es su entorno y se mimetiza con él para mantenerse vivo.
La sabiduría es, en esencia, capacidad de adaptación manteniendo, lo más alto posible, nuestro nivel de armonía (y la de nuestro entorno).
La sabiduría es ser capaz de reconocer qué es lo más conveniente en este momento.
Y además de reconocerlo, hacerlo.
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