La Ley del Péndulo en las relaciones


Si sostenemos un péndulo con una mano, con la otra lo elevamos un poco y luego lo soltamos (como en un columpio), sabremos, de antemano, que la medida de su movimiento en un lado marcará la medida de su movimiento en el lado opuesto.

Pues bien, este principio básico de la Física se aplica, exactamente igual, a las relaciones humanas (pero en este punto lo denominamos Metafísica). 

No importa demasiado si hablamos de una relación de pareja, de una amistad o de una relación laboral, por ejemplo. La Ley del Péndulo siempre actúa del mismo modo: el principio de esa relación (el movimiento inicial del péndulo en un lado) nos indica que en algún momento, más tarde o más temprano, nos encontraremos en el punto opuesto al inicial. Lo que significa, en la práctica, que una relación que empieza de un modo maravillosamente agradable y amoroso, por ejemplo, tenderá a acabar de una forma especialmente desagradable y nada amorosa. Esto, lo sabemos todos, es el pan nuestro de cada día en las relaciones humanas. Como sabemos, también, que es una de las principales fuentes de dolor y de sufrimiento en el ser humano.

Para más inri, la Ley del Péndulo es una ley de primer orden. Esto significa que en la jerarquía de todas las leyes del Universo (incluyendo las leyes de la Física), ésta, junto con otras seis (Ley de Causa y Efecto, Ley de Correspondencia, Ley de Polaridad...) ocupa el rango superior, supeditando a todas las que tiene por debajo.

Según esto, aparentemente, podría parecer que todos nosotros, sin excepción, estaríamos condenados a sufrir, más tarde o más temprano, los efectos de dicha ley. Por ejemplo: terminar discutiendo acaloradamente con un jefe con el que en su día nos llevábamos estupendamente, o borrar de nuestra lista al que fue un gran amigo porque nos hizo algo que no le perdonamos, o dejar de hablarnos con nuestro hermano, al que adorábamos, por aquella escenita que nos montó en Navidad delante de la familia; o acabar tirándonos los trastos a la cabeza con esa pareja que parecía ser nuestra alma gemela. O incluso más allá: que los ciudadanos de un país que en su momento fue un ejemplo de cohesión (la antigua Yugoslavia, por ejemplo) terminen enfrentados en una guerra civil fraticida que fragmente la nación y siembre la muerte y la destrucción.

Entonces, ¿qué podemos hacer ante la poderosa Ley del Péndulo? ¿Cómo podemos evitar ser víctimas de ella más tarde o más temprano? ¿Cómo escapar al dolor y al sufrimiento que implica vivir bajo su influencia inexorable?

Afortunadamente, todos tenemos un as en la manga...

Es cierto que la Ley del Péndulo ocupa el rango más elevado en el conjunto de las leyes del Universo. Bueno... en realidad... tiene una ley por encima: la Ley del Amor.

Verdaderamente, es la Ley del Amor, en solitario, la que está por encima de todas las demás. Y es tan poderosa, de hecho, que es capaz de anular cualquier ley que tenga por debajo. Incluso a las siete leyes cósmicas de primer orden, entre las que se encuentra la Ley del Péndulo.

La Ley del Amor dice, simple y llanamente, que el amor todo lo puede. Y todo es todo. Repito: todo. Absolutamente todo. Nada se le puede resistir. Por eso, sólo la Ley del Amor es capaz de conseguir que el péndulo se mantenga en el lado inicial (el del amor) y no se desplace hasta el lado opuesto (el del enfrentamiento, el del desencuentro, el de la ruptura, el del miedo, el de la desconfianza, el del resentimiento, el de la guerra...).

Podemos tener la certeza de que la cohesión, la armonía y el bienestar duraderos entre los seres humanos no dan a entender que la Ley del Péndulo no esté presente. Dan a entender que la Ley del Amor ha detenido el movimiento oscilante del péndulo. Simple y llanamente.

Por todo ello, creo que es una gran suerte saber que todos nosotros atesoramos en nuestro interior un poder transmutador tan gigantesco. Si bien, depende de nosotros el utilizarlo para que la unidad, la armonía, la salud y el bienestar estén cada vez más presentes en nuestras vidas.

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