Sobre el compromiso y mi amigo Jaime


El compromiso es una virtud que, en cierto modo, me recuerda a la humildad: no todo el mundo la tiene, pero, eso sí, todo el mundo sabe reconocerla y la valora enormemente.

Yo lo definiría como la capacidad de una persona para mantenerse fiel a un propósito o a una palabra dada, independientemente de que luego puedan surgir contratiempos u obstáculos en su camino. Y ya sea que ese compromiso haya sido adquirido con uno mismo o con otra persona.

Fijémonos hasta qué punto valoramos, por ejemplo, a un político sin capacidad de compromiso. ¿Tú votarías a un candidato que sistemáticamente ha incumplido sus promesas electorales y que se presentara nuevamente para ser presidente de un gobierno? ¿Y qué pasa cuando un político cumple lo que promete? ¿Qué pasa cuando es fiel a su palabra? ¿Qué despierta en tu interior una persona así? ¿Admiración? ¿Respeto? ¿Tal vez simpatía? ¿Amor, quizá?

¿Cómo te sientes, por ejemplo, cuando una compañía de telefonía te asegura unas condiciones que luego cambian con el tiempo, sin previo aviso... y no precisamente a tu favor? ¿Y qué pasa si contratas los servicios de un albañil que te presupuesta una reforma y luego va y pretende cobrarte más dinero por su trabajo? ¿O qué concepto terminas teniendo de una persona que a menudo llega tarde a sus citas contigo y siempre se excusa en vez de disculparse y rectificar? ¿Y qué sentimientos te provoca un jefe que te garantizó en su día una subida de sueldo que nunca llega?

Anteayer por la tarde, me encontré con un muy querido amigo en el centro de Valencia. Él reside en Alicante. Habíamos fijado nuestra cita hacía casi un mes, aprovechando que el iba a pasar unos días en casa de una tía suya para arreglarle unos papeles. Desde el día en que fijamos nuestra cita no habíamos intercambiado ningún wasap, ni ninguna llamada. No habíamos tenido ningún contacto. Sin embargo, puntualmente, acudió a nuestra cita y con muletas. Se había roto una pierna. Vino en tren a Valencia por no poder conducir. Y, para colmo, su tía había fallecido hacía tres semanas. Entonces, inevitablemente, le pregunté: "¿Por qué no me llamaste para aplazar nuestra cita, Jaime? Lo habría comprendido perfectamente". A lo que él respondió: "Carlos, porque te di mi palabra. Y, además, tenía muchas ganas de verte".

No es de extrañar que Jaime sea para mí una de las personas más maravillosas que he conocido en mi vida. Un ser excepcional (nunca mejor dicho) al que admiro y respeto profundamente. Como tampoco es de extrañar que su respuesta provocara en mí un sentimiento muy parecido al enamoramiento... pero sin connotaciones eróticas.

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