Casi sin darnos cuenta, llevamos décadas viviendo en un mundo en el que impera la filosofía del "usar y tirar". Una filosofía que se deriva del capitalismo más salvaje y que antepone el beneficio económico al bienestar (a largo plazo) de las personas. Una filosofía que ha demostrado ser tremendamente dañina para nuestro planeta y para nosotros mismos, como especie, y que fácilmente podría llevarnos a un colapso de grandes proporciones.
Actualmente, muchas marcas de aparatos, incluso de cierto renombre, ya no ofrecen servicio técnico de reparaciones. Eso significa que si tu impresora (por ejemplo) se estropea estando en garantía, no te la reparan. Simplemente, te dan una nueva. Ellos (la empresa) lo tienen todo pensado, y así les sale más rentable. Pero si se te estropea más allá de ese período, pues tienes que tirarla y comprar una nueva. Te guste o no. Aunque hay algo peor que todo esto: el habernos acostumbrado a ver este fenómeno tan perverso como algo tan normal.
Por ejemplo: una aspiradora fabricada en los años cincuenta podía durar, perfectamente, veinte, treinta, cuarenta, o incluso más años. Y si se estropeaba, había un servicio técnico con piezas disponibles que te la reparaba y dejaba como nueva. Sin embargo, esto mismo, hoy en día, resulta algo completamente inconcebible. Porque actualmente, las cosas se diseñan y fabrican para durar poco. Y si se estropean, pues se tiran, te compras otra y ya está.
Como decía al principio, llevamos varias décadas inmersos en esta abominable filosofía de vida. Tanto tiempo, de hecho, que esta visión de la realidad ha calado con mucha fuerza en nuestro inconsciente colectivo. Y, sin darnos cuenta, tendemos a hacer exactamente lo mismo con nuestras relaciones humanas (padres, hermanos, pareja, amigos...).
La mayoría de la gente puede tolerar ciertos "fallos" en una relación, pero si esos fallos no se corrigen (¿por sí solos?) y afectan a la experiencia, la relación se desecha, se finiquita, se termina. Y a otra cosa, mariposa.
De todos modos, comprendo que la gente, en general, actúe así. A fin de cuentas, ¿alguien nos ha enseñado a cuidar nuestras relaciones para que duren y sean satisfactorias? ¿Alguien nos ha enseñado a repararlas cuando se estropean?
Normalmente, no.
Pues bien, una de mis conclusiones, en relación con este tema que nos ocupa, es que, afortunadamente, existe una herramienta que puede permitirnos cuidar nuestras relaciones, potenciarlas y arreglarlas cuando se estropean. Y esa herramienta no es otra que la comunicación. Hablo de una comunicación esencialmente amorosa, esto es: honesta, respetuosa, constructiva, asertiva, integradora...
Sin embargo, cuando llegas a esta conclusión, te das cuenta de que, por lo general, nadie nos ha enseñado a comunicarnos de ese modo. Ni nuestros padres, ni nuestros profesores del colegio, ni nuestros más allegados. Siendo que la comunicación es un pilar imprescindible en cualquier relación humana. ¿No es curioso que el ser humano esté tan deficitario en uno de los aspectos más importantes de su vida?
A todo esto, hace muchos años, conocí y conviví con una familia muy especial compuesta por un matrimonio y cuatro hijos. Aprendí mucho de ellos. Y todavía los llevo en mi corazón. Era gente muy especial. Por ejemplo, ellos no esperaban a tener conflictos para resolverlos. Cada semana, sí o sí, se reunían todos ellos en un espacio confortable de la casa y cada uno hablaba de cómo se sentía. Los demás, simplemente, escuchaban. No se generaba un debate. Ni siquiera una conversación. Nadie analizaba nada. Nadie juzgaba las palabras del otro. Nadie criticaba. Ahora bien, era responsabilidad de cada uno aprender a poner palabras a sus sentimientos, emociones o estados. Cada uno era responsable de expresar sus necesidades o sus deseos de una forma clara y concisa, para que los demás pudieran entenderle. Y desde ese compartir con el corazón, y con la información de sí mismo que cada uno aportaba al grupo, luego, cada miembro se recolocaba frente a los demás. Es decir, cada uno se "modelaba" a sí mismo para poder integrarse con mayor armonía en ese espacio común que todos compartían. Me parecía algo maravilloso. Tan simple y tan eficaz al mismo tiempo.
Esta familia que os comento no se libró de vivir situaciones muy desafiantes a lo largo del tiempo: escasez de dinero, problemas de salud, algún accidente, conflictos desagradables entre ellos... Vamos, lo que cualquiera de nosotros podría vivir en un momento dado. Exactamente igual. Pero, eso sí, ellos siempre contaron con una valiosa y preciosa herramienta (el amor puesto al servicio de un grupo humano) que les permitió hacer frente a esos retos con gran dignidad, cohesión y solvencia: una forma de comunicación fluida y amorosa.
Y me atrevería a decir, sin temor a equivocarme, que han sido las personas más felices que he conocido en mi vida.
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