Uno de esos conceptos que pocos se cuestionan tiene que ver con la supuesta conveniencia de eliminar nuestro ego. ¿Y por qué convendría eliminarlo? Pues porque quienes sostienen esta idea piensan que el ego es algo intrínsecamente dañino para el ser humano y que, por consiguiente, lo mejor es alejarse de él al máximo. Y lo máximo es eliminándolo.
Lo que yo diría al respecto es que el ego no necesariamente es algo dañino. El ego, en esencia, es una parte ancestral de la personalidad humana que tiene que ver con el concepto que tenemos de nosotros mismos y de nuestra realidad. Por ejemplo: Yo soy alto. O A mí me gusta la gente que sonríe. O Pretendo vivir en una casa mejor. O Me divierto cuando estoy contigo.
El ego, sin embargo, se vuelve dañino cuando cree estar en posesión de la verdad (No tienes ni idea de lo que hablas), cuando interrumpe mientras la otra persona habla, cuando juzga (Si tú fueras un buen amigo, no me habrías hecho esto) cuando actúa con orgullo (Yo no tengo que disculparme por nada) o cuando manipula (Nosotros no hacemos recortes. Simplemente, moderamos los gastos). Y también, cuando nos lleva a creer que somos personas aisladas de nuestro entorno y distintos de nuestros semejantes.
Por otro lado, el amor no tiene nada que ver con destruir, eliminar, diferenciarse o separarse. Querer eliminar algo es lo opuesto a amar. El amor, más bien, unifica, integra y transforma.
Para mí, lo que tiene sentido es aspirar a transformar el ego con amor, a sanarlo desde la comprensión y a convertir sus limitaciones en potenciales.
El ego es dañino si está en desequilibrio, si alcanza un tamaño demasiado grande en nuestra personalidad o si domina nuestros actos al margen de nuestra parte más espiritual (conciencia).
Tanto si yo digo:
- Me has hecho daño, así que lo mejor es que no nos veamos.
- A ti no se te da bien lo de hablar en público.
- Yo soy Antonio, un español de clase media.
Como si digo:
- Me gustaría que nos viéramos para compartir cómo nos sentimos en esta situación.
- Tú puedes hablar en público con fluidez si te lo propones.
- Yo soy un ciudadano del mundo y mi patria es el Universo.
Es el ego el que habla en todos estos casos, pero en unos habla un ego miope, pesimista y fragmentador, un ego desequilibrado; mientras que en otros (seguro que la diferencia se aprecia claramente) el que habla es un ego equilibrado, más integrador, consciente y amoroso.
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