A priori, parecería lógico pensar que el principal factor para tener un sistema inmunitario en condiciones sería el llevar una vida saludable, lo que incluiría alimentarse de forma natural y equilibrada, hacer ejercicio, evitar el consumo de sustancias tóxicas, etc. Sin embargo, la realidad es que hay personas que cumplen todos estos requisitos y terminan enfermando; y otras, que no los cumplen en absoluto y nunca enferman. ¿Cómo es esto posible?
Si observamos la realidad desde una visión cuántica, es muy fácil contestar a esta pregunta, porque comprendemos inmediatamente que nuestro cuerpo es un reflejo fiel de lo que nosotros somos. Y, por la misma regla de tres, la eficacia con que funciona nuestro sistema inmunitario depende, esencialmente, de la eficacia con que nosotros nos manejamos ante ciertas situaciones que pudieran suponer una amenaza para nuestra integridad (ya sea física o psíquica).
Atendiendo a cómo se manejan esas situaciones, podemos encontrarnos con tres tipos de personas: las que adoptan una actitud pasiva o sumisa ante ellas, las que adoptan una actitud a la defensiva o agresiva y las que actúan con asertividad.
A través de mis propias experiencias, he concluido que las primeras suelen tener un sistema inmunitario débil, y pueden enfermar o tener infecciones con facilidad. Las segundas pueden sufrir afecciones en las que el sistema inmunitario actúa de forma desmedida, como en el asma, en las alergias o en la leucemia. Y las terceras son, de todas ellas, las que menos enferman.
Si nosotros observamos cómo se desarrolla una guerra (entre un país invasor y un país invadido, por ejemplo) o una lucha cuerpo a cuerpo (entre dos personas que se están peleando en la calle) y luego observamos en el microscopio cómo se comportan nuestros leucocitos cuando se encuentran con una bacteria (como la E. coli) o un hongo (como la cándida), será muy difícil que encontremos un paralelismo. Son procesos muy diferentes.
Estudiando y observando el comportamiento de nuestros leucocitos he llegado a la conclusión de que nuestro sistema inmunitario no lucha en sentido literal, no hace la guerra. Simplemente, mantiene la integridad territorial de nuestro cuerpo. Y esa diferencia de matiz es una clave fundamental para llegar a otras conclusiones.
En general, cuando un leucocito se encuentra con un microorganismo patógeno, no se queda indiferente ante él (pasivo/sumiso), pero tampoco actúa de forma hostil (agresiva); no le hace la guerra. Podríamos decir que se comporta de forma asertiva con él. Es decir, el leucocito hace valer sus recursos y su inteligencia para mantener la integridad del cuerpo, y lo hace envolviendo al microorganismo, digiriéndolo y luego excretando fuera de sí los residuos (fagocitosis). O dicho de otro modo, se alimenta de él, aprovechando las sustancias que puedan beneficiar al organismo y expulsando aquellas que puedan dañarlo (toxinas).
Llegados a este punto, conviene resaltar que, simbólicamente, el alimento representa las distintas situaciones que vivimos y de las cuales aprendemos y nutrimos a nuestro ser (espíritu).
Cuando una persona se encuentra con otra que puede vulnerar su integridad, puede adoptar una actitud pasiva o sumisa, una actitud de estar a la defensiva o agresiva, o bien puede ser asertiva.
La asertividad es un potencial que todos tenemos, un mecanismo de supervivencia, de autoafirmación y de crecimiento, el cual nos permite hacer valer nuestros derechos, opiniones o necesidades ante los demás de una forma clara, directa y honesta, pero al mismo tiempo delicada y amable, sin hacer daño a nadie.
Si, además, aprendemos de lo vivido, es decir, de esa interacción con el "organismo patógeno", esa será la mejor forma de prevenir futuras "infecciones".
En suma, que de trabajar y desarrollar la asertividad en nuestra interacción con los demás depende la fortaleza y eficacia de nuestro sistema inmunitario.
Más que de cualquier otro factor.
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