Después de muchos años utilizando la arcilla y verle hacer cosas increíbles, tanto conmigo como con los demás, he decidido ordenar mis notas y mis apuntes y compartir hoy con vosotros una síntesis de mis conclusiones.
En el contexto de la medicina natural, todo procedimiento encaminado a la curación cumplirá tres requisitos fundamentales: limpiar, nutrir y regenerar. Pues bien, la arcilla, por sí sola, es capaz de hacer esas tres cosas. Y lo hace de forma amable, segura y eficaz; vamos, magistralmente.
Muchos de vosotros ya sabéis que la arcilla es estupenda, cuando se aplica sobre la piel, para tratar granos, dolores (en las articulaciones, por ejemplo); edemas, traumatismos, inflamaciones, heridas (es antiséptica), piedras en el riñón (si se aplica caliente), ojos de pollo (en los pies), quistes, tumores, migrañas, para eliminar toxinas o radiaciones del organismo, y un larguísimo etcétera.
Sin embargo, aparte de estas cualidades, claramente visibles para los ojos, la arcilla parece poseer una especie de inteligencia natural, porque es capaz de regular las glándulas endocrinas (como la tiroides) y estimularlas o inhibirlas dependiendo de cómo se encuentren (deficitarias o sobrantes). Aunque una de las virtudes que más me ha sorprendido es su capacidad para regenerar el cuerpo, ya sea que hablemos de células, tejidos u órganos.
En su día, me di cuenta de que, simbólicamente, el ser humano proviene del barro. El barro está hecho de tierra y agua. ¿Recordáis que la vida en la Tierra empezó en el mar (agua) a partir de sustancias presentes en su lecho (tierra)? Pues la arcilla (barro) no es otra cosa que tierra y agua, entremezcladas en una determinada proporción. De ahí que la arcilla pueda nutrirnos y regenerarnos tan eficazmente: porque nuestra esencia corpórea (tierra y agua) es la misma que la suya. Es un principio básico de empatía, de afinidad y de correspondencia. Incluso podríamos considerar a la arcilla como intrínsecamente homeopática para el ser humano, porque la homeopatía se basa en el principio de que lo semejante cura a lo semejante.
Profundizando un poco más en la magia de la arcilla, descubrí su poder para borrar las memorias celulares dañinas. Por ejemplo: los miedos asociados a una contractura, la ira asociada a una inflamación, la pena asociada a ciertas manchas en la piel (sobre todo, las de nacimiento) o los pensamientos negativos acumulados asociados a un tumor. Para que este borrado sea eficaz hará falta que la arcilla se aplique en cataplasma un número de veces que será variable según cada caso. Aunque, evidentemente, necesitaremos menos aplicaciones en una contractura que en un tumor.
Pero no es ya, sólo, que la arcilla borre información dañina de nuestras células sino que las reprograma con una información nueva. Una información de armonía y equilibrio. Es decir, la información que necesita una célula para funcionar perfectamente y para vibrar en una alta frecuencia.
Aunque la arcilla es un elemento que equilibra muy adecuadamente las energías Yin (femenina) y Yang (masculina), porque posee ambas, yo he concluido que en ella predomina la energía femenina (Yin). Cosa que me encaja perfectamente, porque, a fin de cuentas, la tierra y el agua son los elementos raíz de la Tierra, la cual simboliza a la madre y, por tanto, a la Polaridad Femenina (Yin).
Saber esto es útil cuando pretendemos utilizar la arcilla de la manera más poderosa posible: en conjunción con el Sol. Porque del abrazo carnal de ambos, Madre Tierra y Padre Sol, nace la vida. Es decir, el Sol, con su ardiente semilla de fuego fotónico, fecunda la fértil matriz, terrosa y acuosa, de la Tierra. Un fusión de la que luego nacen todos sus hijos, incluidos nosotros.
Aunque si nos fijamos con detenimiento, observamos que en ese templo cósmico y sagrado, en ese escenario tántrico y sublime en el que se gesta, pare y alumbra la vida, convergen en realidad los cuatro elementos: tierra, agua, fuego y aire.
Y un quinto, omnipresente en la eternidad infinita, omnipotente. La matriz misma del Universo, donde se engendran todas las cosas, los seres y las almas:
el AMOR.
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