Curación cuántica


Hace casi nueve años, tuve un accidente con la bicicleta y me rompí el codo de mi brazo izquierdo. Era la primera vez en mi vida que me ocurría algo así.

Cuando llegué a urgencias, me hicieron una radiografía. Luego, al cabo de unos minutos, mientras yo esperaba en el box, llegó el cirujano con una cara que no inspiraba buenas noticias: Lo siento, pero tienes el codo machacado. Habrá que operar, pero no sabemos cómo quedará. Va a ser una operación muy complicada. 

Aquellas palabras me hundieron por unos momentos en la más absoluta miseria. Me sentí como mi codo: destrozado. Y por un instante, pensé cómo podría ser mi vida si no recuperaba la movilidad del codo; lo que me hundió aún más. Sin embargo, saqué fuerzas de alguna parte y acto seguido tuve una breve conversación con el cirujano:

- Imagino que habrás visto algunos casos como el mío, en el que una articulación se hace añicos.
- Sí, unos cuantos...
- ¿Alguna de esas personas consiguió recuperar completamente su movilidad después de la operación y de la rehabilitación?
- Bueno, eso es muy difícil... y más en un caso como el tuyo.
- Por favor, dime si has conocido algún caso.
- Sólo un porcentaje muy pequeño...
- Pues yo estaré en ese porcentaje.

Justo a partir de ese momento, y a lo largo de los sucesivos días, empecé a imaginarme moviendo mi brazo perfectamente. Sin ningún dolor. Sin ninguna limitación en mis movimientos. Todo yendo estupendamente, como si no hubiera tenido el accidente. Pero no me imaginaba a mí mismo como un espectador sino que me imaginaba completamente sumergido en la escena, experimentando vívidamente, con mis cinco sentidos, todos los matices del momento. Y repetía esa escena en mi imaginación una y otra vez; una y otra vez... hasta que me parecía confundirla con la propia realidad.

Para sorpresa de los dos cirujanos que me operaron, la operación salió mucho mejor de lo previsto. No tuve ninguna complicación, molestia ni dolor en el posoperatorio. Cero. La rehabilitación fue breve y exitosa. Después, al cabo de un par de meses ya podía mover mi brazo como si nunca hubiera tenido un accidente. Y a pesar de que me colocaron una placa de titanio, varios tornillos y clavos, jamás he tenido una molestia, un dolor (ni siquiera con los cambios de tiempo) o una complicación.

Aquella experiencia fue una de tantas en las que la vida me demostró que, efectivamente, creamos lo que creemos; y que vivimos, esencialmente, en la realidad que somos capaces de imaginar.

Ni más ni menos.

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