El trauma de la orfandad


En el inconsciente colectivo, la figura del padre simboliza la energía Yang (o Polaridad Masculina), que representa la fuerza, el coraje, el valor, la determinación, la confianza, la capacidad de lucha y de abrirse camino en la vida. Por su parte, la figura de la madre simboliza la energía Yin (o Polaridad Femenina), que representa el alimento, el sostén, el cobijo, el amparo, el calor, la abundancia y la dulzura.

Es la integración de ambas polaridades, Yin y Yang la que le permite al ser humano poder desarrollarse alcanzando todo su potencial y toda su plenitud.

Cuando un niño pierde a sus padres, además de la consiguiente huella psíquica y emocional (dolor, tristeza, sensación de abandono, de rabia, incluso de culpa), más o menos traumática, es muy fácil que se vaya gestando en él un sentimiento inconsciente de carencia de ambas polaridades. Una carencia, que si no se corrige a tiempo, puede derivar en una persona adulta que, por ejemplo, experimente serias dificultades a la hora de abrirse camino en la vida, a la hora de desarrollar un trabajo que le permita vivir holgadamente (cuanto menos) o que la inseguridad, la desconfianza en sí mismo, o el miedo, le hagan sufrir intensamente y le lleven a alejarse de la felicidad.

Un niño huérfano necesita más que ningún otro un refuerzo continuado e intenso. Un refuerzo psíquico y emocional de los adultos que le tutelen y eduquen. Un refuerzo encaminado a restaurar esa carencia manifestada. E, igualmente, se le deberían proporcionar las herramientas, llegado el momento propicio, para que pudiera sanar esa relación deficitaria con sus padres. Es decir, liberar su inconsciente de la pesada carga que paradójicamente, representa ese vacío interior.

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