Si de lo que hablamos es de superar la adicción por el dulce, primero convendría explicar lo que es una adicción.
En general, cualquier adicción está asociada a un profundo vacío interior (de índole afectiva) que, a su vez, se vincula a la figura de los padres, o a uno de ellos en particular (con frecuencia, a la madre).
A través de la adicción (drogas, alcohol, trabajo, sexo, comida...), inconscientemente, la persona afectada trata de llenar ese vacío, mitigar su tristeza, y, a veces, incluso, aplacar su desesperación.
El mencionado vacío también suele generar ira y rencor (sin motivo aparente) ante la realidad, ante una situación o ante determinadas personas. Por eso, la adicción le permite al individuo vivir momentáneamente en un mundo sin angustia. Un mundo particular donde las aristas y los vértices de la vida, al menos por unos instantes, se redondean y suavizan, se hacen más llevaderos. Sin embargo, toda adicción comporta un daño a la propia autoestima, así como un precio que se paga, normalmente, con la salud.
En el caso específico de la adicción al dulce, a todo lo expuesto podríamos añadir otro factor asociado: la falta de dulzura.
Efectivamente, la adicción al dulce revela que la persona que la padece ha experimentado, consciente o inconscientemente, una importante carencia de dulzura en su infancia. Y esto no significa, necesariamente, que los padres de esta persona no hayan sido dulces con ella; significa que esa persona no recibió dulzura en la dosis suficiente.
Por consiguiente, para superar la adicción al dulce, convendría:
1) Sanar la relación con los padres.
2) Vivir una vida lo más plena posible, ser uno mismo, realizar actividades que a uno le llenen. (Sobre todo, porque el concepto de plenitud es diametralmente opuesto al de vacío).
3) Comer mucha fruta (no conozco a ninguna persona que coma habitualmente grandes cantidades de fruta y que, al mismo tiempo, sea adicta a los dulces).
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