Para llegar a comprender de una forma clara y rotunda la repercusión que puede tener la alimentación en el sistema nervioso, basta con hacer unos sencillos experimentos. Por ejemplo, tomar algo de bollería industrial o dulces un par de horas antes de irse a la cama, o dejar que un niño que está tranquilo beba un par de latas de Cocacola seguidas, o comer al mediodía un gran plato de pasta refinada con aceite y sal, solamente.
Luego, observamos a esas personas y vemos cómo se sienten al cabo de una hora de haber ingerido esos comestibles, y que cada uno saque sus propias conclusiones... (Si esas personas ya sufren de alguna alteración del sistema nervioso, probablemente lo notarán antes y de forma más intensa).
Yo, hace tiempo, que llegué a las mías: lo más común es que esos hábitos alimenticios deriven en estados, más o menos intensos, de insomnio, nerviosismo o ansiedad, dificultad para mantener la concentración, comportamiento irascible o agresivo y un largo etcétera. Unas manifestaciones que se pueden notar con mucha claridad en niños, sobre todo si son pequeños, y a veces en cuestión de minutos. Doy fe de ello. Aunque puede suceder, fácilmente, que la persona que sufre una alteración del sistema nervioso no la asocie a su alimentación, y que vea la causa en factores externos (que no son, en realidad, el verdadero origen).
La experiencia con algunos de mis pacientes también me ha demostrado que de la misma manera que una alimentación inadecuada tiende a desequilibrar el sistema nervioso con bastante rapidez, una alimentación adecuada puede empezar a equilibrarlo en cuestión de horas o de muy pocos días. Y, a veces, cuatro o cinco cambios son más que suficientes para empezar a ver resultados.
En multitud de ocasiones, he podido constatar (empezando por mí mismo) que eliminar o reducir de la dieta algunos comestibles demostradamente dañinos, e introduciendo ciertos alimentos saludables y beneficiosos, toda una larga serie de enfermedades o afecciones asociadas al sistema nervioso empiezan a mejorar y a corregirse. Y muchas de ellas, incluso, pueden curarse con el tiempo. Estas mejoras o curaciones (según la persona) he podido comprobarlas de primera mano en casos de:
- insomnio,
- nerviosismo,
- tartamudez,
- desasosiego,
- depresión,
- ansiedad,
- TDAH (Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad; muy común hoy en día entre niños con edad escolar),
- onicofagia (morderse las uñas de forma reiterada o compulsiva),
- síndrome de las piernas inquietas,
- dificultad para prestar atención o para concentrarse,
- trastornos cognitivos,
- temblores,
- tics,
- falta de memoria,
- ciertos dolores de cabeza,
- falta de coordinación o de equilibrio,
- irritabilidad o agresividad,
- ciertos tipos de miedos, fobias o inseguridades...
La lógica de que esto sea así es que nuestro sistema nervioso, como el resto de nuestro organismo, se construye y se sostiene sobre la base de los nutrientes que hay en nuestros alimentos. Tal que así, existen comestibles que roban nutrientes de nuestro cuerpo y que, con el tiempo, tienden a desequilibrarlo (incluso gravemente). Y, por contra, existen toda una serie de alimentos, y de hábitos, que nos ayudan a construir, mantener y restaurar (cuando hay desgaste o deterioro) nuestro sistema nervioso.
En resumen: aprender a alimentarnos de una forma más natural, saludable y equilibrada puede suponer la diferencia entre vivir con malestar, sufrimiento, incomodidad y limitaciones o en un estado de salud, fortaleza y armonía.
No en vano, SOMOS LO QUE COMEMOS (y cómo lo comemos).
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