Conflictos de poder y territorialidad


De un modo consciente o inconsciente, cada persona se siente el rey/la reina de su espacio, de su territorio (la casa que alguien adueña, el despacho del gerente de una empresa, el lugar donde una ponente imparte una conferencia, el quirófano donde un cirujano opera...). Y, al mismo tiempo, el territorio de cada uno es, por encima de todos los demás, su lugar de poder.

Algo que he observado muchas veces son los choques entre personas debidos a conflictos con la jerarquía y la territorialidad. Dos aspectos que se pueden observar perfectamente en la Naturaleza, y de una manera muy clara y notoria en los animales.

¿Tienes un perro? ¿Alguna vez lo has llevado a pasar unos días contigo a una casa donde ya hay otro perro? ¿Has visto cómo se comporta? ¿Has notado algún cambio en él?

Hace mucho tiempo que me di cuenta de que los perros son fieles reflejos de sus dueños. Hasta un punto que puede llegar a sorprender enormemente. Y siendo que todos ellos pertenecen a una misma especie y que poseen denominadores en común, cada uno hace gala de su propia personalidad. Exactamente igual que los seres humanos. Quiero decir con esto que hay perros muy nerviosos y otros muy tranquilos. Los hay que sólo les falta hablar y otros que son un tanto... primitivos. Los hay nobles y otros de los que no te puedes fiar. Unos pasan por ser muy agresivos, y otros, contrariamente, no matarían ni una mosca. Ya os digo: igual que las personas. Igual que sus dueños.

He podido observar estos días a dos perras razonablemente equilibradas y con un carácter muy noble (una labradora de pura raza -Lasia- y otra cruce de labrador con otra raza -Waka-), ambas conviviendo juntas. Como os digo, Lasia estaba en su territorio: una casa en el campo; mientras que Waka, por su parte, era la visitante temporal.

Lasia (a la derecha de la foto) es un poco mayor que Waka (izquierda): nueve años frente a seis; y también un poco más corpulenta. Aunque si las ves juntas a lo lejos te puede costar distinguirlas, ya que parecen iguales. A todas luces, Lasia es la que tiene el poder, porque está en su territorio, porque es mayor que Waka y porque es más fuerte que ella. Y Waka lo sabe. Es plenamente consciente de ello.

Al estar las dos bastante equilibradas (fundamental tener en cuenta este aspecto), se respetan mutuamente. Cada una de ellas está en su sitio. Cada una ocupa su lugar en el orden natural: Lasia está como hembra alfa (líder de la manada, dominante) y Waka como hembra beta (sumisa). A veces, sin embargo, puedes ver a Waka que le da pequeños toques con el hocico a Lasia (cuando la primera siente que la segunda le resta poder o protagonismo), como queriendo dominarla. Entonces, inicialmente, Lasia la tolera, pero después de varios toques, Lasia le gruñe un poco y Waka se retira. Nunca pasa de ahí. A fin de cuentas, como he dicho, lo que prima entre ellas es el respeto. Y parece claro, además, que esta jerarquía que se establece entre ellas de forma espontánea funciona a la perfección. Y funciona porque les mantiene alejadas del conflicto, o sea, del enfrentamiento.

Lo interesante de este asunto es que cuando trasladamos esta forma de comportamiento a los seres humanos sucede algo muy parecido. Fijémonos en que en la gran mayoría de los pueblos indígenas el orden jerárquico acontece de una manera espontánea, y también funciona eficazmente: en la tribu cada uno ocupa su lugar. Los ancianos y los más sabios siempre ostentan un puesto primordial. Igual que los padres frente a los hijos. Y cuando hablamos de tribus cazadoras, los individuos más expertos y aguerridos son los que asumen el papel del liderazgo, nunca los principiantes o los menos capacitados. Es de sentido común. Y es así para el mantenimiento de la tribu, para la conservación de la especie. Así que cuando la jerarquía se respeta, y se le da a cada persona el reconocimiento y el poder que naturalmente le corresponde, la que impera en el grupo es la armonía.

Con todo, si observamos nuestra sociedad, vemos que este orden natural de las cosas y esta jerarquía entre individuos se saltan constantemente, lo que, a menudo, constituye una fuente de conflicto entre las personas. Por ejemplo: niños pequeños o adolescentes que marcan la pauta en una familia, que dominan a sus padres, y que a menudo les faltan el respeto. 

Otras veces, observamos cómo en una comida familiar se crean tensiones, e incluso discusiones, porque los invitados (supongamos que son los hijos) se extralimitan de algún modo con sus padres (los anfitriones), adentrándose en conversaciones en las cuales estos últimos sienten su poder o su territorio amenazados.

Abundando en este último caso, podríamos poner algunos ejemplos de comentarios desafortunados, que de una manera consciente o inconsciente vulneran o amenazan el poder o la territorialidad de los anfitriones, y que podrían ser el principio de una conversación tensa, o, incluso, de una discusión. Por ejemplo:

Hijo: Mamá, deberías cuidarte más y evitar tomar tanto chocolate. Podrías terminar enfermando.

Hija: Mira, Papá, estás muy equivocado. Votar a ese candidato a alcalde es un gran error. No es más que un chaquetero.

Hija: Mamá, ¿por que no cambias el sofá de sitio? Quedaría mucho mejor si lo encaras hacia la ventana.

Hijo: Papá, no comprendo por qué quieres comprar un coche nuevo, si el que conduces sólo tiene dos años y funciona de maravilla.

En fin, yo siempre digo que la Naturaleza es mi referente, mi gran maestra. Y cuando dudo acerca del orden natural de las cosas, o sobre cómo obrar en determinadas situaciones, suelo fijarme en cómo actúan los animales.

Y aprendo tanto de ellos...

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