Esta mañana, una brigada de mantenimiento de semáforos se ha dedicado a cambiar los de mi calle. Los antiguos funcionaban perfectamente, pero al ser de bombillas incandescentes tenían más probabilidades de estropearse, duraban menos, y, además, gastaban mucha electricidad.
Los técnicos los han sustituido por semáforos más modernos, de lámparas LED, que se ven a mayor distancia, que duran mucho más, fallan mucho menos, y, sobre todo, gastan mucha menos energía.
Mientras observaba ese proceso, lo he comparado con la vida del ser humano, y he visto una gran metáfora:
Normalmente, ¿esperamos a que algo en nuestra vida se deteriore y termine estropeándose sin remedio, o bien lo sustituimos antes de que eso ocurra por algo nuevo y mejor?
¿Qué sueles hacer tú?
Yo, me doy cuenta de que en la vida todo cambia. Es como un principio natural e irrenunciable de las cosas, como una tendencia imparable.
Cambian los semáforos de la calle. Cambian las aceras. Cambian las farolas, los edificios donde vive la gente, los coches que conducen, la ropa que visten... Entonces, ¿por qué no íbamos a cambiar nosotros, los seres humanos, en nuestra forma de ser y de actuar? ¿Acaso podemos escapar de ese principio universal que rige las cosas?
Sin embargo, a veces, nos resistimos al cambio. Quizá porque lo tememos. Es el típico miedo a lo desconocido.
Pero que el cambio llegue es cuestión de tiempo. Podemos buscarlo conscientemente o resistirnos. Aunque es probable que si la vida nos cambia forzosamente lo haga mediante el sufrimiento. Y claro, eso duele. Es desagradable.
De todos modos, la experiencia me dice que cuando uno sabe de antemano que está llevando a la práctica un cambio a mejor en su vida, lo que venga después de dicho cambio será mejor que lo de antes. Eso es seguro. Estoy convencido. Lo he comprobado.
Y desde esta visión constructiva, el miedo se diluye y desaparece.
Fundamentalmente, porque vemos el cambio de manera optimista, como un reto estimulante, a sabiendas de que nos va a traer algo positivo y agradable:
Yo voy a mejorar.
Mi vida va a mejorar.
Y si algo va a ser mejor que lo que estábamos viviendo, entonces, ¿qué hay que temer?
Los técnicos los han sustituido por semáforos más modernos, de lámparas LED, que se ven a mayor distancia, que duran mucho más, fallan mucho menos, y, sobre todo, gastan mucha menos energía.
Mientras observaba ese proceso, lo he comparado con la vida del ser humano, y he visto una gran metáfora:
Normalmente, ¿esperamos a que algo en nuestra vida se deteriore y termine estropeándose sin remedio, o bien lo sustituimos antes de que eso ocurra por algo nuevo y mejor?
¿Qué sueles hacer tú?
Yo, me doy cuenta de que en la vida todo cambia. Es como un principio natural e irrenunciable de las cosas, como una tendencia imparable.
Cambian los semáforos de la calle. Cambian las aceras. Cambian las farolas, los edificios donde vive la gente, los coches que conducen, la ropa que visten... Entonces, ¿por qué no íbamos a cambiar nosotros, los seres humanos, en nuestra forma de ser y de actuar? ¿Acaso podemos escapar de ese principio universal que rige las cosas?
Sin embargo, a veces, nos resistimos al cambio. Quizá porque lo tememos. Es el típico miedo a lo desconocido.
Pero que el cambio llegue es cuestión de tiempo. Podemos buscarlo conscientemente o resistirnos. Aunque es probable que si la vida nos cambia forzosamente lo haga mediante el sufrimiento. Y claro, eso duele. Es desagradable.
De todos modos, la experiencia me dice que cuando uno sabe de antemano que está llevando a la práctica un cambio a mejor en su vida, lo que venga después de dicho cambio será mejor que lo de antes. Eso es seguro. Estoy convencido. Lo he comprobado.
Y desde esta visión constructiva, el miedo se diluye y desaparece.
Fundamentalmente, porque vemos el cambio de manera optimista, como un reto estimulante, a sabiendas de que nos va a traer algo positivo y agradable:
Yo voy a mejorar.
Mi vida va a mejorar.
Y si algo va a ser mejor que lo que estábamos viviendo, entonces, ¿qué hay que temer?
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