El ego es un kamikaze



Yo diría que lo único constructivo que tiene el ego es que de él puedes aprender mucho, muchísimo. Claro que... pagando el precio del sufrimiento. Ni que decir tiene. Por eso, es más inteligente, y menos doloroso, aprender de otras maneras. Al menos, esa es mi experiencia.

Me doy cuenta de que, a la hora de actuar, o de tomar decisiones, al ser humano pueden moverle dos clases de motores muy diferentes: el amor o el ego. Sin embargo, el ego tiene una característica que hace de él una entidad muy engañosa: tiene una enorme colección de máscaras y de disfraces, y te puede engatusar con una facilidad pasmosa, disfrazándote de persona sincera, coherente, espiritual o cargada de buenas razones.

Al ego no le importa que dañes una relación que mantengas con alguien, ni que pierdas una gran suma de dinero, ni que te echen del trabajo, ni que enfermes gravemente o tengas un accidente como consecuencia de tus decisiones o de tus acciones. Al ego no le importa que salgas perjudicado porque ES MIOPE. Esa es otra de sus cualidades. Así que, el pobre, no ve más allá de sus narices. Es decir, el ego no piensa a largo plazo. No sopesa, no mide ni calibra. No tiene visión de futuro. Simplemente, se deja llevar por sus necesidades, por sus pulsiones y por sus anhelos más inmediatos. Todo lo demás, queda en un segundo plano... o, simplemente, fuera de plano.

Cuando el ego domina al individuo llenando su sangre de adrenalina, cuando se alía con las emociones y con la impaciencia, puede arrastrarlo fácilmente hasta el borde del abismo. Y de ahí a despeñarse sólo hay un paso. Y es que el ego es capaz de ponerte en un estado psicoemocional de tales características que termines comportándote como un auténtico kamikaze. Y ya sabes cuál es el destino seguro de un kamikaze suicida: estrellarse y morir.

Para restarle fuerza al ego, o incluso para incapacitarlo, hace falta una cualidad muy valiosa en el ser humano: la templanza. La templanza es moderación, sobriedad, continencia. Ojo: continencia no es represión. Si yo tengo ganas de orinar en mitad de una conferencia siendo el ponente, soy capaz de contenerme un rato hasta que termine. Porque tengo aguante, y porque tengo el control sobre mis esfínteres. Yo decido cuándo abrirlos y cuándo cerrarlos. Es una cuestión de madurez. Un niño de dos años no tiene el control, y su tendencia será a orinarse encima cuando le entren ganas. A fin de cuentas, un niño de dos años todavía no es maduro.

La templanza no lucha contra las emociones, ni pretende neutralizarlas. Las emociones surgen cuando surgen y son las que son. La templanza tampoco lucha contra el ego (luchar contra el ego implicaría alimentarlo, darle poder). La templanza, simple y llanamente, te capacita para tener las riendas de tu vida, para que seas el artífice de tu destino. La templanza es la virtud que te permite encontrar ese óptimo punto de equilibrio entre tu mente y tu corazón.

Así como el ego se alía con la inmadurez, con la impaciencia y con el miedo, la templanza se alía con la conciencia (para reconocer tus circunstancias, en qué punto están las personas que te rodean y saber qué es lo más armonioso en cada momento), la atención (para mantenerte firme en tu punto de equilibrio y enfocado en tus propósitos) y la voluntad (acción) para alcanzar un gran objetivo: mantener tu armonía y la de tu entorno lo más alta posible.. Así pues, en la medida en que vayas ganando templanza, tanto mayor será tu grado de felicidad... y tanto más alejado te mantendrás del dolor y del sufrimiento.

¿Y cómo se desarrolla la templanza? Pues como cualquier otra virtud humana: con entrenamiento.

Sin embargo, no te apures, porque seguro que la universidad de la vida te va a brindar muchas oportunidades para que te examines y la desarrolles, para que aprendas a estar en tu sitio de poder con calma y confianza, para que reconozcas los extremos y te alejes de ellos, para que triunfes en tu firme propósito de vivir una vida más plena, más saludable y más enriquecedora.

Por lo demás, lo que hagas con esas oportunidades dependerá enteramente de ti.

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